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A los pies de la Atlántida

El nuevo Centro Mitológico ofrece la excusa perfecta para redescubrir los enclaves legendarios de la provincia

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Se llama Juan Jesús Portillo, tiene 63 años, la vista perfecta, la memoria afilada y las maneras elegantes de un viejo profesor. Camina a buen ritmo por la carretera que parte en dos el Pinar de La Algaida. Ese jueves amaneció nublado, así que Juan Jesús se colocó temprano la pelliza y se calzó las botas de agua. Sabe que el terreno que bordea la marisma se pone impracticable en cuanto caen cuatro gotas, pero es un abuelete terco y no le gusta cambiar de planes. Cuando salía de casa, a las ocho en punto, su mujer señaló el cielo y le preguntó, con un deje de disgusto: «¿Adónde vas, a pillar la gripe?». Juan Jesús le respondió: «Me voy a la Atlántida».

Cada cual tiene sus obsesiones, y la de este investigador jerezano, oficialmente jubilado, no es de las peores. Le pierde la cara oculta de la historia, los misterios que pueblan el pasado de un rincón del planeta que puede presumir de haber ejercido, durante unos cuantos milenios, de frontera fija del mundo cartografiado: Cádiz. Mucho antes de que Iker Jiménez convirtiera la especulación pseudocientífica en show mediático y sentara en la misma mesa a arqueólogos y charlatanes, Juan Jesús ya se hacía «preguntas espinosas» sobre atlantes y tartésicos, reyes, tesoros, dioses, templos, mitos y leyendas. Cuando no estaba de moda. Cuando te miraban «raro». «Preguntas espinosas», dice, «porque para los ortodoxos más ortodoxos todavía no tienen cabida en la historiografía oficial…». Pero, cuidado: Juan Jesús no es un friki. No cree en ovnis, ni en duendes, ni en espantos siderales. Simplemente piensa que todas esas fantasías sobre civilizaciones perdidas, héroes que robaban ganado y faros que marcaban la última frontera tienen una explicación lógica, una base histórica contrastable. Por ejemplo: la Atlántida.

La isla perdida

Sin duda, es la joya de la corona de los misterios de Cádiz. Cualquier Ruta Mítica que aspire a recorrer la Provincia entera debe empezar o acabar ahí. No es casualidad que Diputación haya abierto precisamente en Sanlúcar un centro dedicado por entero a los aspectos más brumosos y legendarios del pasado gaditano, donde se documenta esta faceta tradicionalmente marginada o directamente rechazada por la Historia.

Platón situó más o menos por estos lares la isla perdida, y Juan Jesús, que conoce las marismas al dedillo, apunta argumentos sólidos y recientes que apoyan esa idea. «Hace un par de años, un equipo de investigadores de la Universidad alemana de Wuppertal presentó varias fotografías hechas por satélite de la zona conocida como Hinojos que revelan unas estructuras que coinciden con las descripciones de Platón». Uno de los miembros del equipo de científicos, Rainer Kuehne, explicó que la palabra isla que utilizó Platón para referirse a la Atlántida podría ser en realidad una sección de costa que quedó sumergida entre el 800 y el 500 AC por una subida repentina de las aguas.

Entre las imágenes de la marisma, se distinguen dos estructuras rectangulares y los aros de varios anillos concéntricos que las habrían rodeado, tal y como aparece en la precisa narración del filósofo griego. Las mediciones de la zona concuerdan. Los restos localizados «podrían ser las ruinas de un templo de plata dedicado al dios del mar, Poseidón, y un templo de oro en honor de Poseidón y Cleito», que también aparecen en los diálogos. A esta teoría se apuntan, entre otros investigadores, el ex ministro y editor Manuel Pimentel.

«Pero la idea de que la Atlántida estaba en Doñana tampoco es nueva», explica Portillo. Ya en los 70 el científico alemán Werner Wick-boldt advirtió de la existencia de estas estructuras después de rastrear durante meses el fondo del mar, y planteó, a pesar de haber militado activamente en el bando de los escépticos, que las coincidencias con la descripción de partida eran «demasiadas».

«No obstante, la idea de la Atlántida no tiene por qué tener nada de esotérico, de tenebroso, ni de paranormal. Simplemente pudo ser una cultura adelantada, favorecida por la influencia oriental y rica en recursos, que se fue a pique por un cataclismo devastador. Como otras», insiste Juan Jesús, de vuelta al coche.

Enigma tartésico

El segundo misterio favorito de Portillo también tiene resonancias míticas. En la geografía provincial de la leyenda, Tartessos es sinónimo de Asta Regia. Después de décadas y décadas de excavaciones, estudios sobre el terreno y análisis documentales, los investigadores siguen sin ponerse de acuerdo sobre qué fue Tartessos: una sociedad indígena asociada a la colonización fenicia y helénica, o tal vez la primera gran civilización occidental. En la teoría A, militan Álvaro Fernández y Araceli Rodríguez, arqueólogos autores de ‘Tartessos Desvelado’. En la teoría B, investigadores como José Ruiz Mata, que firma ‘Tartessos, otra mirada’. Para los más ortodoxos, la génesis del reino de Gerión se encuentra en la colonización fenicia y en su evolución y expansión durante al menos tres siglos. Su ocaso, a mediados del V.I coincidiría con el del modelo colonial que Tiro instauró en la Península. Para los heréticos del plantel, Tartessos tuvo entidad propia e independiente de la marca oriental. «Siempre se desecha de entrada esa idea, en parte por el enorme complejo de inferioridad que tenemos en Andalucía, que hace que asociemos cualquier adelanto o progreso a la influencia externa», dice Ruiz Mata. «Aunque lo cierto es que el Bajo Guadalquivir y el entorno del lago Ligustino constituía una zona lo suficientemente fértil como para dar a luz una sociedad que evolucionara a un grado de civilización altísimo».

Juan Jesús Portillo hace un arco con el dedo que abarca todo el yacimiento de Asta Regia, una planicie despoblada y gris sobre la que va a empezar a diluviar de un momento a otro. «Lo que de verdad habría que preguntarse es por qué un lugar tan estratégico en la Historia de España lleva años sin excavarse y está desprotegido. Da la impresión de que hay a quien no le interesa plantear la opción de una Tartessos nativa, a quien le conviene que ese capítulo de nuestro pasado siga siendo pasto de especulaciones, que no salga del terreno del mito para entrar definitivamente en el de la Historia».

Hércules estuvo aquí

«¿Quién era Hércules, Heracles o Melkart? ¿Tuvo templo, casa o tumba en el islote de Sancti Petri, cerquita de Chiclana?», se pregunta Portillo. «No hablamos del dios, obviamente, sino del caudillo real de cuyas hazañas se apropió la leyenda, hasta el punto de que, durante siglos, Cádiz fue la frontera en la que plantó sus columnas, el último lugar conocido, el límite de la tierra».

En la mitología griega Hércules es una personificación de la fuerza, un héroe atormentado por su destino que acabó matando a su esposa en un acceso de locura. A fin de expiar su crimen, se le impusieron doce tareas teóricamente imposibles, como matar al león de Nemea, asesinar al tartésico Gerión y apoderarse de su ganado, coger las manzanas de oro del jardín de las Hespérides y encadenar al perro Cerbero que guardaba el acceso al Hades o Región de los Infiernos.

Estos tres últimos trabajos sucedieron (siempre según la leyenda) en el territorio del antiguo Tartessos. «¿ Vale, pero qué se esconde tras el mito? Pues las hazañas de un intrépido colonizador del cercano Oriente, navegante, conquistador y guerrero, que consiguió dominar a pueblos de pastores y que salió en busca de fuentes de aprovisionamiento de oro (las manzanas de las Hespérides) en el Occidente Europeo», apunta Portillo. «Su fama fue tal que sus peripecias pasaron al ámbito del mito, donde se adornaron con toda suerte de fantasías, muchas de ellas tomadas a su vez de leyendas anteriores».

El santuario que se le dedicó en el islote de Sancti Petri probablemente no sería más que un conjunto de edificaciones donde habría un edificio principal y un patio flanqueado por dos grandes columnas. Para Estrabón, en las columnas de la entrada los navegantes hacían sus sacrificios. «La ubicación actual del castillo, que también tiene su importancia, hace imposible las excavaciones», detalla Juan Jesús.

«Hay más, muchos más...», dice Portillo, de vuelta a casa. «El Santuario del Lucero, la huida hasta Cádiz de Menesteo (el Rey de Atenas en la guerra de Troya), la Isla de Hera en Tarifa, etc...». «Pero eso será otro día», adelanta el historiador. «Si no llego para la cena, la doña se enfada. Y eso no es ningún mito».