Opinion

Muros de la vergüenza

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Hace unas semanas, Angela Merkel junto a Sarkozy, Hillary Clinton, Gordon Brown, Medvedev y otros líderes, encabezaba los actos del 20 aniversario de la caída del Muro de Berlín. Se celebraba la destrucción del Muro de la Vergüenza que durante 28 años había dividido Alemania. Era la Fiesta de la Libertad, la conmemoración de un símbolo que cambió Europa y el mundo. La noche de un 9 de noviembre allá por 1989 cayó el de Berlín, pero aún hoy siguen manteniéndose en pie, e incluso construyéndose, muchos otros Muros de la Vergüenza. Mientras se repetían los actos de celebración en toda Alemania y en otros muchos países, los habitantes de una isla del Mediterráneo, Chipre, posiblemente estarían pensando cuándo les llegará el turno de ver la caída de esa frontera que los divide desde hace 35 años. A la misma hora que Lech Walesa empujaba la primera de las fichas del dominó para representar la caída del Muro berlinés, un grupo de pacifistas derribaba un trozo de la Valla de Seguridad israelí, la frontera artificial que se construye en Cisjordania, aislando e incomunicando tantas comunidades palestinas, barrera que ya se conoce como el Muro del Apartheid, y cuyo trazado está casi en un 80% fuera de la frontera aceptada internacionalmente. Los 3.000 kilómetros minados que separan India y Pakistán y muchos otros ejemplos, más o menos cercanos, son símbolos extremos de las fronteras entre los seres humanos.

Existen otros muros que no tienen materialidad física, pero que no por ello son menos crueles e injustos. Según estimaciones del Banco Mundial, en el mundo viven en situación de pobreza alrededor de 1.000 millones de personas. Rostros anónimos cuyo número crece al tiempo que se incrementa la brecha entre los países más ricos y los más pobres. Vivimos a solo 12 kilómetros del continente que tiene el triste récord de contar con 39 de las 79 regiones más pobres del mundo.

Y tampoco es necesario cruzar el Estrecho para constatar las crecientes fronteras entre los seres humanos. En España, las diversas asociaciones sociales ponen continuamente de manifiesto que el número de las personas con necesidades extremas en nuestro país, aumenta de manera realmente alarmante. Los muros están entre nosostros, y si no somos capaces de empujar y ayudar a derribar las fichas de este triste y real dominó, deberíamos preguntarnos en qué lado de la frontera nos podremos encontrar en el futuro.