MÁS FÚTBOL

DOS QUE SE MIRAN

La relación Barça-Madrid ha llegado a un punto tal de dependencia mutua que ya no hay forma de valorar a un equipo sin tener en cuenta al otro

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Nada como la atmósfera opresiva de un western en el momento crítico del desenlace para describir las sensaciones que provoca este Barça-Madrid. Durante los últimos meses, los dos enemigos irreconciliables han llevado vidas paralelas y se han ido retando en la distancia, abocándose a lo inevitable: encontrarse cara a cara en mitad de una calle polvorienta. A uno de los dos le sacarán con los pies por delante y le escribirán un epitafio. El duelo es tan apasionante que resulta imposible observarlo con indiferencia a poco que uno sienta la pulsión del fútbol.

Barcelona y Real Madrid nunca dejan de mirarse. Su relación ha llegado a un punto tal de dependencia mutua que ya no hay forma de valorar a un equipo sin tener en cuenta al otro. No es exagerado decir que el Barça se ha convertido en la unidad de medida del Real Madrid, del mismo modo que el Real Madrid es la unidad de medida del Barça. Sólo uno de ellos puede triunfar porque el triunfo de uno implica, irremediablemente, el fracaso del otro. Hay que arrimarse a esta premisa para encontrar explicación a reacciones que, de otra forma, serían incomprensibles. Por ejemplo, que el Madrid se gastara el pasado verano 270 millones de euros de una tacada -la mayor inversión de la historia del fútbol- para reforzar su plantilla. Sin la existencia del Barça tricampeón de Guardiola, capaz de humillar al Bernabéu con un 2-6 histórico, Florentino Pérez jamás hubiera llegado tan lejos.

Por si ya tuviera pocos ingredientes, el clásico entre merengues y culés ha generado este año un interesante debate estilístico. Es algo lógico, ya que, digan lo que digan los resultadistas de guardia, a partir de un cierto nivel de inversión la utilidad deja de ser el único valor de un producto. En este sentido, ni la afición del Barça ni la del Madrid pueden conformarse únicamente con que su equipo gane, del mismo modo que el propietario de un Ferrari nunca se conformará con que su coche ande y no le deje tirado. La obligación del espectáculo es ineludible para los dos grandes del fútbol español. Y en esto el Barça lleva muchos kilómetros de ventaja.

Que el equipo culé ronde la perfección con un fútbol exquisito que, además, ha acabado impregnando a la selección española hasta convertirla en la más brillante del mundo, ha provocado graves daños en la Casa Blanca. Hay que entenderlo. El juego del Barça es tan bello y efectivo que parece que, si uno no siente el afán de emularlo -y más después de haber gastado 270 millones en fichajes-, o es un idiota o un cobarde que renuncia a la excelencia. El problema, curiosamente, es justo el contrario. La idiotez es perder el tiempo intentando imitar lo inimitable.

Esto es algo que siempre ha sabido Mauricio Pellegrini, que no se ha cansado de repetir que su Real Madrid, un escuadrón de élite hecho para correr mucho y pegar como nadie, no puede jugar como el Barcelona. Pues bien, recordar esta obviedad le valió las primeras críticas. Luego llegarían las descalificaciones, los insultos y las peticiones de que lo pintaran con brea, lo emplumaran y lo sacaran del pueblo subido a un burro. Lo cierto es que al chileno no le han dado tregua desde que llegó a Madrid. El 'alcorconazo' estuvo a punto de llevarle a la tumba y ni siquiera el hecho de presentarse como líder en el Camp Nou le sirve ahora como escudo ante una hinchada cuya impaciencia por arrasar, deleitar y ganarlo todo se antoja bastante infantil; tanto, se podría decir, como pretender construir, de la noche a la mañana y a golpe de talonario, un equipo campeón.

En esta tesitura, el gran clásico puede determinar muchas cosas; entre ellas, el porvenir de ambos equipos en la presente temporada. El Real Madrid es consciente de que una victoria en Can Barça le cambiaría la vida y agigantaría su perfil. Podría volver a mirar al Barcelona de frente, sin apartar la vista, con el viejo orgullo recuperado. La marea de euforia se llevaría por delante los quioscos madrileños. El Barça, por su parte, sabe que un triunfo -y más si éste es incontestable- podría situar a los nuevos galácticos al borde del complejo de inferioridad y del ataque de nervios.

Los de Guardiola parten como favoritos. Y más tras su exhibición del martes ante el Inter. La máquina sigue funcionando a la perfección. Nadie se resiste al péndulo de Xavi e Iniesta. Todos caen hipnotizados. El Real Madrid, sin embargo, no quiere ser una víctima más, por mucho que su fútbol, todavía informe, le esté provocando enormes sufrimientos. Pero sus jugadores son muy grandes como para no estar convencidos de que pueden dar el golpe. Y cuando el Madrid está convencido de sus fuerzas, cuando los futbolistas blancos salen al campo y se fajan como si llevaran el escudo hundido con clavos en el pecho, hasta el Barça debe preocuparse.