Ken Loach, director, y Eric Cantona.
crítica de cine | 'buscando a eric'

Ken Loach se rinde ante Cantona

El director británico cede ante el poder catalizador del fútbol en una comedia que renueva su obsesión por la clase trabajadora

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A estas alturas del partido, con dos países enfrentados por un mundial, otro insomne por una mano gala, ciudades pendientes, políticos en vilo, sueños rotos y alegrías desbordadas, cuesta ya hasta entender qué es realmente el fútbol. ¿Deporte, negocio, espectáculo, política, arte, religión? “No se puede explicar, sólo se puede sentir”, sentenció en su día uno de esos entrenadores ingleses a los que casi se eleva ahora a la categoría de filósofos contemporáneos. Sintiéndolo, viviéndolo, emocionándose, Ken Loach y Paul Laverty han logrado perfilar en ‘Buscando a Eric’ algunas de las implicaciones sociales del deporte rey a través del retrato de un taciturno seguidor del Manchester United al que la vida le deja siempre en la sombra.

El cartero Eric Bishop, interpretado con talento por Steve Evets, un desconocido que se considera a sí mismo actor aficionado, es un hombre inseguro y atormentado que en su camino diario al trabajo deja cada día el mismo rastro de problemas sin resolver. Tiene crisis de pánico cuando debe enfrentarse a una situación. Su trayectoria ha estado marcada por la huída y el abandono. Ve la vida pasar. Comparte techo con sus dos hijastros descontrolados en una casa desgobernada desde que su segunda mujer le dejó. A la primera, de quien sigue enamorado, le vio por última vez el día del bautizo de su hija. La película narra, combinando con elegante criterio la comedia y el drama, cómo veintitantos años después de aquella traición, con una nieta de por medio a quien tiene que cuidar, se ve obligado a reencontrarse con ella y enfrentarse así a sus propios demonios. Con la sorprendente ayuda del astro del balompié Eric Cantona, que se presenta en el filme como un fascinante genio de la lámpara.

El inolvidable 7 del Manchester United, el excelso delantero cuyo nombre aún retumba en los muros del estadio de Old Trafford, se antoja en la película como el único ser capaz de animar a un hombre desolado. A este bebedor de cerveza a la deriva que idolatra al jugador francés hasta el punto de presentarlo en su imaginación como si fuera un ser divino. Un referente moral. Un modelo de comportamiento que, en el caso del carismático deportista, sancionado en su día nueve meses sin jugar por agredir a un espectador, se antoja cuando menos controvertido. Como si Ken Loach, el defensor de los desfavorecidos, el mordaz crítico de la burguesía y el capitalismo, fuera incapaz de encontrar otros líderes sociales más merecedores de ese título por razones de índole moral o intelectual, y desistiera, se rindiera al influjo del fútbol. Como si el cineasta, pese a su declarado laicismo, a su descreimiento, a su perenne actitud crítica y a su descarnado enfrentamiento con muchos de los oscuros valores que acaban relacionados a este negocio-espectáculo –gregarismo, violencia, corrupción, politización, materialismo- acabara por claudicar ante su fuerza imparable.

Porque Loach, máximo representante del realismo social británico, se rinde a la evidencia y defiende en ‘Buscando a Eric’ la faceta más hermosa del deporte rey. La gran labor de integración social que ejerce sin duda y de forma tan curiosa, el papel que también cumple como proyector de anhelos y frustraciones, escenario de liberaciones y desahogos, garante de fidelidades a prueba de balas y defensas a ultranza, así como desatador de pasiones y sentimientos. El espíritu del célebre himno universal ‘You’ll Never Wallk Alone’ (‘Nunca caminarás solo’) del Liverpool flota por la cinta, aunque en ella se enfoque siempre al tradicional rival del Pool, el United. Un deporte capaz de tatuar corazones hasta el punto de que, en palabras de un personaje del filme -que curiosamente también se escuchan en la maravillosa cinta argentina ‘El secreto de sus ojos’, de Juan José Campanella- un hombre sea capaz de cambiar de trabajo, de religión o de mujer, pero nunca de equipo de fútbol.

Obsesión por la clase trabajadora

‘Buscando a Eric’ es una ligera y agradable comedia de Loach, alejada de la profundidad de cintas como ‘Felices dieciséis’ o ‘Agenda oculta’, que da cuenta del irremediable gusto del británico por la problemática social. No es una película sobre fútbol ni de fútbol. Habla, o sigue hablando, de las mismas cosas que preocupan desde hace décadas a su autor, obsesionado de una u otra manera por la clase trabajadora y sus problemas. Sin embargo, dice mucho del tratamiento de este deporte y de la afición irracional que despierta en miles, millones de personas. Para Loach la religión también es irracional, al igual que el nacionalismo, y por ello condena o critica ambas creencias a lo largo y ancho de su filmografía. No sigue en cambio la misma fórmula con el fútbol.

Es como si Loach ahuyentara los nubarrones de un deporte tan habitualmente vilipendiado y tan fácil de vapulear, que siempre obtiene los mismos tópicos de peligrosidad y corrupción, así como la lectura demagógica de que no merece el dinero que genera. Un ejercicio incomparable que al fin y al cabo une a millones de personas en todo el mundo, que genera ríos de tinta y conversaciones como ninguno y que, aún en su efecto aletargador, ejerce de necesario diván para las masas. Defiende el director que su película lanza el mensaje de que el individualismo, como el del desangelado cartero en gran parte del argumento, debilita, es desaconsejable y peligroso, y que la vida es más fácil, placentera y segura en grupo, ya sea en uno de compañeros de trabajo o de ‘hooligans’. Un pensamiento heredado sin duda de su pasado como militante trotskista.

El filme, seguramente el que cuente con mayor intención comercial de la carrera de Loach y Laverty, habida cuenta del reclamo del imponente Cantona y el gancho futbolístico, supone un ligero punto y aparte en el camino de un director tenaz y enfadado. Mantiene ese montaje casi transparente, sello característico de su filmografía, pero rompe con el dramatismo de su obra anterior, con un tono habitualmente nublado, casi atormentado en el caso de ‘En este mundo’ y ‘El viento que agita la cebada’, las dos piezas precedentes. Y se agradece esta relajación, aunque aún haya rasgos del combate habitual de este hombre contra sus particulares elementos. Un mismo partido de fútbol es, según sus palabras, capaz de causar esperanza, alegría, pena, dolor, decepción, suspense, suplicio “y una sensación maravillosa cuando el balón entra en la portería”. Sin ser una obra maestra, ni siquiera una de sus mejores películas, el caso es que ‘Buscando a Eric’, en apenas 120 minutos, es también capaz de divertir, emocionar, entristecer, inquietar, violentar y, finalmente, alegrar con un final esplendoroso.