ÍNTIMA INSATISFACCIÓN

La risa cínica

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En las fotos siempre se lucen riendo, aunque tras la reunión aquélla se haya abierto la veda para el sufrimiento de muchos: sea que se haya decidido un recorte monetario, unos presupuestos que siempre serán los mejores posibles o el envío de más tropas militares para así combatir a los infieles.

Hablamos de los políticos que nos representan, a quienes han adoctrinado los que inventan imágenes en que la risa transmite sensación de felicidad, hasta suplantarla, aunque el refranero sea algo cruel al respecto, que el hábito no hace al monje.

Así que las risas no nos transmiten sosiego, cuando se reúnen en esas cumbres. Los políticos. Quizá porque los actuales creadores de imagen no les hayan aleccionado al respecto, que es que se pueda reír hasta llorar lágrimas. Los políticos no ríen con el alma cuando actúan delante de las cámaras, pues su condición no es la de ser amigos de las personas que ejercen de ciudadanos, sino sus representantes.

Con todas las consecuencias, que se traducen en no pocas ocasiones en la incapacidad de encontrar ese equilibrio realmente justo que impida el que a mí particularmente no me perjudique la medida que ha adoptado quien ríe en la portada del periódico que tengo ante los ojos.

Cuando contemples la risa de un político ten presente la viva imagen sospechosa del cinismo cuando trueca en impudor, hasta en desvergüenza al amparo del mando. Intranquilízate, que ya te lo han advertido los antiguos: quien bien te quiere te hará llorar.

Porque los políticos nos quieren dado que necesitan de nuestros votos, para tener el poder que ansían para mandar sobre las cosas públicas y hasta privadas en el nombre de cada uno de nosotros, tal como marcan las reglas de la democracia representativa. Esa ficción tan necesaria para la convivencia, que no siempre para la conveniencia de los seres que quieren ser libres.

Piensa también que tenerlos bajo sospecha les hará bien, les obligará a no abandonar sin remordimiento la senda ética, a procurar las formas para no dilapidar lo público, a saber que imponer su visión de las cosas no es posible sino se realiza con el consentimiento de los demás.

Les hará bien, porque abandonarán la soberbia y recordarán que cuando con ilusión asumieron el cargo, lo hicieron para ayudar a los otros. Si, por acaso, lo que siempre quiso ese político es medrar y engañar, al menos contribuiremos a que se le caiga la careta.

Y que se vuelva a casa, con suerte, por el bien común.