Editorial

Hacedor democrático

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La muerte a los 91 años de Sabino Fernández Campo, consumada con la misma discreción con la que el ex jefe de la Casa Real había conducido su vida, suscitó ayer una condolencia tan extendida y sincera que sirvió de merecido homenaje a quien desempeñó un singular y relevante papel en el tránsito de la dictadura a la democracia. La biografía de aquel que permaneció durante dos décadas tan próximo a Don Juan Carlos y a las vicisitudes de la situación política e institucional española situará siempre en lugar preeminente su contribución al fracaso del golpe de Estado del 23-F. Los momentos únicos de aquella decisiva noche moldearon no sólo la memoria reciente del país, sino también la que sus conciudadanos pueden guardar de Sabino Fernández Campo. Pero resultaría seguramente injusto resumir la trayectoria del difunto sólo por lo ocurrido en aquellas horas determinantes, orillando su duradero compromiso con la democracia y el valor que adquirió su función como servidor del Estado. El sentido reconocimiento que ayer recibió de quienes se preciaban de su amistad desde la afinidad o la distancia ideológicas constituye la mejor evidencia del respeto al que se hizo acreedor Fernández Campo, y al que probablemente contribuyó la cautelosa elegancia con la que administró todo lo que sabía; todo lo que había vivido de una historia que era la suya, pero también la de la sociedad española y sus representantes. El fallecimiento de quien ayer fue definido por casi todos como un patriota en el mejor sentido del término, tolerante e integrador, ha reavivado la nostalgia de lo que significó la Transición. Pero el recuerdo de aquella búsqueda de la concordia colectiva no debería ser evocado como el triunfo de lo perdido, sino como un ejemplo de responsabilidad que debería hacerse permanente.