DIDYME

Salsa a los camotes

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Las almas bien nutridas, deben su lozanía a la humildad y al sentido del humor. Al aprendizaje cultural y a la parsimonia. Son candorosas, sosegadas, abnegadas y abiertas, receptivas, dispuestas a aprender y a ofrendarse. Siendo sencillas, sin simplezas, adoran sin embargo la complejidad del amor, atributo suntuario éste, que las capacita para amarlo todo sin reservas. Sobre todo, a la vida; a sus placeres y dolores como inseparables y complementarios, dándole la razón al judaísmo que bien distingue entre resiliación y resignación. La primera, tiende al gozo de la victoria contra los padecimientos, y la segunda, tiende a la acritud de la derrota desequilibrada.

De entre esas tipologías de almas sanas, emerge el rutilante personaje de Cantin- flas, convertido en persona y ciudadano por el talento de Mario Moreno, que lo edifica y proyecta como compendio del alma mexicana. Su jerga surrealista, vocabulario púbico, digna indigencia, y capacidad para combatir las injusticias, lo han convertido, por aclamación, en el mexicano por antonomasia. Muchos mexicanos han subvertido el sentido del cantinfleo, o el de cantinflear, para enmascarar la inmoralidad de incumplir las obligaciones tras un cierto humor espurio, malicioso, cuando la leyenda ejemplar del cantinfleo se basa en la bondad esencial y el prurito de cumplir. Allí abundan más los cantinflistas ortodoxos, y no únicamente entre el pueblo llano, para bien de la Humanidad.

No circulan brisas propicias para que la humildad y la decencia candorosa se propaguen como el polen fructífero. La fraseología cantinflesca atribuye al vanidoso, al soberbio, la tendencia de «echarle mucha salsa a sus camotes», como, por extensión, a sus choclos, enchiladas, quesadillas o tacos. El exceso de aderezo, de salsa, de salpimentado, se ha impuesto entre nosotros, convirtiendo al fatuo, al necio, al deshonesto, en prepotente, en vocinglero, en arúspice escatológico, en dogma ejemplarista, en rayo exitoso de Zeus. Los Cantinflas universales, y no únicamente mis yakis, pai-pai, kumiais o kiliwuas, y sus mestizajes, que han trabajado, sufrido y gozado a mi lado, sin hacerme pagar los saldos insolutos de Hernán Cortés, estos otros Cantin-flas, exponentes de otros tantos pueblos inocentes que hoy padecen los abusos de los necios-sabios, de los corsarios que sazonan su condumio en exceso con salsas robadas, los populistas que creen que un «peluco» de oro los convierte en la voz del foro, centro de las envidias y ejemplo de redentor, no han tenido la dicha de vivir la vida, jugándosela, defendiendo la vida del de al lado como si suya fuese. No conocen la fuerza del amor, del humor, de la solidaridad y la concordia, de la filantropía y la decencia, de la belleza reconfortante de la Ética. No valoran el dulzor del humilde camote sin salsear, la batata en Cádiz, una sencilla y carnosa batata apta para que de ella coman dos y para que de ella nazca La Quinta Raza de Vasconcelos, capacitada, educada, para la nueva vida y el nuevo amor.