vuelta de hoja

El precio de los cautivos

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Los piratas somalíes saben muy bien lo que se pescan. No van por atún, sino para ver el buque. Posteriormente evalúan lo que puede valer, junto a su tripulación, y piden por el rescate una cifra justa, según el código de los bucaneros. Ni tan alta como el de algunas maneras que han sufrido, ni tan bajas como las que esperan disfrutar tomándose una copa de ron cuando lleguen a buen puerto.

De ahí se derivan los problemas del canje de prisioneros. Cambiar cautivos siempre ha sido muy laborioso. Un pez gordo siempre se ha valorado más que un copo repleto de peces chinos. ¿Qué pagarían, traducidos a euros, lo que pagaron por rescatar a Cervantes en Argel? La palabra canjear estuvo en permanente moda durante nuestra horripilante guerra civil, que por cierto no fue nuestra, sino de nuestros mayores en edad, saber y desgobierno. Lo de canjear, palabra que el diccionario entiende como «cambio, trueque o sustitución», viene de muy lejos. Un canje le ofrecieron a Pilatos entre Jesús de Nazaret y Barrabás. Si llega cuajar la propuesta nos deja sin Semana Santa.

Ahora los piratas, que tienen un gran sentido del compañerismo, insisten en que no negociarán si España no devuelve a sus colegas.

La amistad no se puede tirar nunca por la borda. ¿Cuál es la verdadera edad de pirata en nuestro poder? Nunca se sabe en estos casos si se trata de un menor, de alguien que se quita años o que se conservan muy bien, gracias al maquillaje unánime del salitre.

¿Qué años tiene el piratilla? Quizá fuera el grumete y su responsabilidad no es la misma. Rafael Alberti les dio un lírico y sabio consejo a todos los grumetes: que no bebieran, que tuvieran siempre los ojos abiertos a la mar, no a lo licores. Pero ya se sabe que para eso lo mejor es no embarcarse.