CRÓNICA TAURINA

Buen Cuvillo

ZARAGOZA Actualizado: Guardar
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E l primer toro de Cuvillo perdió la funda de un pitón en un remate y se lo acabó escobillando, se abrió mucho de manos por flojo, las perdió varias veces y pasó los cortes por merced prudente del palco. Se reclamó la devolución. «Bájale las manos», aconsejó a Morante un baturro mordaz. Morante hizo oídos sordos.

Faena de equilibrista, dos casi insolentes garabatos, alguna que otra banal línea bien tirada, la gracia de una reolina a la sevillana. Una estocada desprendida, tres descabellos.

El segundo tuvo bravo aire: un galope de salida, y el codicioso galope de los toros cortos de manos, una pelea no dócil ni revoltosa, un volatín completo que le menguó las fuerzas que no se había dejado en un par de puyazos desafortunados y una muerte muy resistida de toro encastado. Perera estuvo encajado y vertical en seis lances de recibo: las manos bajas, descargada la suerte. Se inhibió más de la cuenta en la tropezada pelea del toro con un caballo desmontado y sostenido por un monosabio. Y anduvo sereno y firme en una faena de hermoso arranque: por alto en tablas primero, acompasado en los medios luego una tanda con la diestra por abajo.

Con el toro gateandito antes de ser convencido. «Aprende, Morante», sentenció un baturro no tan mordaz como el primero. Se metió el toro en un viaje después y Perera estuvo a punto de salir empalado.

Tras el volatín, empezó a costarle al toro todo. Perera quiso torear con los brazos, pero en distancia inconveniente. Una estocada. Un aviso.

El tercer cuvillo, cortito y escurrido, colorado, estaba bien hecho. ¿Algo terciado? «`Miau!», se oyó en rechifla pasajera. Suave felino, bondadoso, con la dulzura clásica de los cuvillos de almíbar. Se picó a la buena de Dios. O la mala. Escarbó el toro varias veces. No de manso, sin embargo. Y pegó una coz al aire y estuvo en un tris de rajarse de mitad de faena en adelante. En turno, y en rara repesca, estaba Talavante. Puede que con el toro más cómodo que haya podido matar este año en compromiso mayor. Un esdrújulo quite por chicuelinas, estatuarios en dos tramos separados, muletazos de acompañar y sin soltar, que parecían ligados pero eran un carrusel. Una generosa tanda vertical con la izquierda: una gavilla de seis. Fue el do de pecho. A menos de pronto las dos partes: el toro, poco interesado en el trabajo; el torero, en pierdepasos o en alardes de toreo cambiado no aconsejable. Un desarme, una manoletina. Dos estocadas que hicieron guardia las dos. Una estocada, un descabello, un aviso.

Increíble pero cierto: a mitad de corrida, y jugados ya dos cuvillos facilitos, ni una vuelta al ruedo. De fino hocico y blancos pitones, el cuarto se dejó querer por Morante con el capote. Los mejores lances de la corrida: cuatro de espléndido compás dentro de un ramo de media docena. La media de remate, traída por delante y rematada en el talón, fue un prodigio. Sin fuerzas pero con bondadosa voluntad, el toro vino a las llamadas.