Alejandro Frías dispone de un atril y unas gafas bifocales para poder seguir el ritmo de las clases. /CRISTÓBAL
Jerez

Aprender con otros ojos

Casi 120 alumnos ciegos o con problemas visuales graves de Jerez y su entorno asisten a clase en colegios ordinarios con el apoyo de la ONCE.

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Alejandro Frías estudia 1º de ESO en el colegio Nuestra Señora del Rosario, en la calle Visitación. En su clase es uno más, aunque todos sus compañeros están pendientes de que las cortinas del aula estén corridas y la luz sea tenue. Alejandro nació con distrofia de cono, una patología que conlleva visibilidad reducida y rechazo a la claridad intensa. Gracias al apoyo de la Organización Nacional de Ciegos (ONCE), este adolescente, como otros 116 alumnos en Jerez y otras localidades de su entorno, asiste a clase con total normalidad y no tiene que desplazarse a un colegio especial donde sólo se relacionaría con otros estudiantes en circunstancias similares.

«Utilizo gafas bifocales para la clase y otras diferentes para estar en la calle. Para no tener problemas de espalda, en el colegio utilizo un atril», explica el propio Alejandro, que confiesa que de mayor quiere estudiar Fisioterapia. Este alumno recibe una visita a la semana de un monitor de la ONCE que atiende cualquier necesidad escolar relacionada con su visión. «Algunos exámenes los hago orales y otros, por escrito. Juego al fútbol y voy a campamentos de verano», continúa el adolescente.

«Viene a este colegio desde pequeño -cuenta su tutora, Sor Paula- y tiene una buena capacidad de estudio. A veces le copiábamos los ejercicios directamente en su cuaderno y ahora está sentado más cerca de la pizarra, para que vea mejor. Él se defiende bien», asegura.

«Apoyo fundamental»

Según la madre de Alejandro, Paqui Durán, «en el colegio lo lleva incluso mejor que en casa». Para esta familia, el apoyo que le presta la ONCE desde el primer momento «es fundamental. Me ayudaron de todas las formas posibles, también psicológicamente». Cuando su hijo era un bebé, personal especializado de la organización «venía a casa a estimularlo. Luego lo llevábamos nosotros a la sede». Al alcanzar la eda escolar, «no tuvimos que hacer nada, ellos se pusieron en contacto con nuestro colegio, el mismo al que había asistido su hermano, y con sus profesores». Como es lógico, el deseo de la familia de Alejandro es que «esté integrado en la sociedad lo máximo posible».

En 29 colegios

Como en el caso de Alejandro, otros 116 niños y jóvenes ciegos o con problemas visuales graves estudian en 29 centros públicos y concertados diferentes de Jerez y su entorno, como las Salesianas, El Beaterio o el CEIP Blas Infante. También hay ya una estudiante en la Facultad de Derecho. «Cuando un alumno de estas características llega a un colegio, los profesores sienten cierto nerviosismo y piden ayuda automáticamente. No saben qué hacer», asegura el responsable del Departamento de Servicios Sociales de la ONCE en Jerez, Jaime Hernández. «Una vez que les explicamos todo y pasan unos días, se tranquilizan. Nos suelen pedir más ayuda por parte de los profesores especializados pero tienen que ser conscientes de que los maestros del aula son ellos, no los de la ONCE», continúa.

Con planificación

Para enseñar a estos alumnos al mismo nivel que a los demás compañeros, es necesaria una planificación previa «para que podamos preparar el trabajo, transcribir los exámenes a Braille, corregirlos o lo que haga falta». La organización dispone hoy de siete profesores de apoyo encargados de estas tareas, cuatro de la Junta de Andalucía y tres aportados por la institución que se reparten entre la ciudad y localidades como Sanlúcar, Chipiona, El Puerto de Santa María, Ubrique o Algodonales. Estos monitores especializados colaboran también con el resto de técnicos de la ONCE para que el alumno adquiera las habilidades suficientes en lecto-escritura, Braille o simbología matemática.

Cuando un docente percibe posibles problemas graves de visión en un alumno, un técnico de la ONCE realiza una valoración personalizada: «Si tiene menos de un 30% de agudeza visual, es grave, y hablamos con la familia para que se afilie», detalla Hernández.

La integración de los alumnos ciegos o con discapacidad visual grave en los colegios ordinarios ha sido un proceso paulatino que comenzó a mitad de los años 90. «Antes se les mandaba a centros especiales. Lo cierto es que funcionamos muy bien y tenemos una buena colaboración con los maestros», concluye Hernández.