ESPAÑA

El presidente popular tiene en su haber una larga lista de caídosUna bronca por persona interpuesta

Rato, Mayor Oreja, Aguirre, Michavila, Elorriaga, Aragonés y, ahora el 'número dos' del PP valenciano, son algunos de los que ha dejado en el camino

MADRID MADRID Actualizado: Guardar
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En la carrera por la sucesión, cuando Mariano Rajoy resultó ser el elegido por Aznar para liderar el partido, el político gallego también dejó, sin quererlo, dos víctimas en el camino: Jaime Mayor y Rodrigo Rato. Pero, en realidad no puede decirse que el sucesor se trabajara el puesto a codazos. Simplemente, supo estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. Supo resistir.

La sorpresa llegó con el fracaso electoral y su decisión de continuar como líder de la oposición, cuando todo había sido proyectado para que se convirtiera en presidente del Gobierno. Algunos de los artífices de aquel proceso aseguran que Rajoy es un hombre de orden, una persona de leyes, un político formal y poco activo, que necesita de las instituciones y de los resortes del poder para rendir los mejores resultados. Enfrentarse al poder desde el desierto de la oposición, con la obligación de entenderse con la opinión pública, iba a dar un resultado diferente.

Sin despeinarse siquiera, Mariano Rajoy ganó el congreso del PP de 2008, que se preveía tormentoso. El que fuera su elegido para elaborar el programa, Juan Costa, hermano del último caído en desgracia, Ricardo, hizo sus pinitos para competir con el líder. Fue visto y no visto. Ni siquiera anunció su candidatura.

Sin opciones

Costa no pudo dar ni dos pasos porque Rajoy se hizo con los avales que garantizaban su reelección. Además, dejó que Ricardo Costa clavara la puntilla a su hermano llevando al líder en persona los avales de la Comunidad Valenciana.

La guerra con Esperanza Aguirre fue más épica. La presidenta plantó cara sin disimulos al presidente, se alineó con el aznarismo y criticó su estilo de ejercer la oposición. Ella era caza mayor y su descaro llegó a hacer tambalear los cimientos del líder. Pero Rajoy nunca la reconoció como adversaria ni le regaló la más leve crítica. Se buscó las decisivas alianzas de otros barones territoriales e hizo imposible la candidatura de Aguirre. Es más, el PP de Madrid sufrió una humillación en el congreso de Valencia, en el que todas sus propuestas fueron derrotadas. Los seguidores de Rajoy dicen que «Esperanza no será presidenta de este partido, nunca».

Antes de enfrentarse a Aguirre, Rajoy le permitió que debilitara a su temido adversario interno, el alcalde Alberto Ruiz-Gallardón. El presidente miró para otro lado cuando Acebes apoyó la candidatura de la lideresa para que se hiciera con el mando del PP de Madrid. Ésta es otra de sus actuaciones frecuentes. Como no soporta el enfrentamiento directo, deja que otros hagan su trabajo mientras finge no enterarse.

Los críticos le acusan de ser tan pasivo que ni siquiera toma la iniciativa para depurar responsabilidades en los casos de corrupción y deja a sus barones territoriales que asuman la tarea. Lo ocurrido en Valencia es una buena muestra de esta filosofía.

También soportó el desgaste de meses de críticas para que cesara al tesorero del partido. Impasible, respondía a todas las demandas con una declaración de fe en la inocencia de Luis Bárcenas, pero permitió que el clamor se elevara hasta tal magnitud que el propio tesorero tuvo que tirar la toalla. El eurodiputado Gerardo Galeote corrió el mismo destino y tantos otros que se han ido quedando en el camino; léase Carlos Aragonés, Gabriel Elorriaga, José María Michavila, Manuel Pizarro, Juan José Lucas. Ricardo Costa ha sido la última muesca y nadie se atreve a decir que será la última.

La crisis del Prestige fue una dura prueba que soportó Mariano Rajoy cuando era vicepresidente del Gobierno. José María Aznar le endosó la tarea de hacer frente a uno de los mayores conflictos que afrontó el PP en sus ocho años de mandato.

Se instaló en A Coruña, se rodeó de técnicos y desplegó toda su pericia e inteligencia para tratar de arreglar el desaguisado causado por quien ordenó el alejamiento del barco de la costa cuando se estaba hundiendo y perdía petróleo a chorros. En un tenso debate parlamentario, el entonces portavoz socialista Jesús Caldera esgrimió un informe técnico comprometedor para el Gobierno, que más tarde se sabría que había sido manipulado. Rajoy se desesperaba y buscaba el origen del maldito documento. Envió a sus colaboradores en su busca, pero las pesquisas no dieron resultado y los asesores regresaron con las manos vacías.

En un arrebato de furia contenida por el fracaso de su equipo, el entonces vicepresidente transmitió a una persona de su absoluta confianza: «dile a ésos que son unos hijos de puta». Ni siquiera en ese caso fue capaz de insultar cara a cara.