Editorial

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L a insistencia de los expertos del FMI en señalar a España como el enfermo de Europa augurando un déficit para los dos próximos años superior al 12% no debería suscitar en el Ejecutivo español únicamente reacciones defensivas o respuestas evasivas. La estimación de que España será uno de los pocos países donde la recesión se prolongará en 2010 fue contestada ayer por el ministro de Fomento afirmando que «la posibilidad de error del FMI es muy grande», en una palpable manifestación del autismo gubernamental ante cualquier evaluación que no se ajuste a sus planes. Pero el análisis que el Fondo Monetario Internacional realizó en la cumbre del G 7 en Estambul merece una reflexión en tanto que plantea la gravedad de acumular un déficit equivalente al 12, 7 % del PIB mientras el recorte en el capítulo de gastos se limita a un nivel testimonial. Porque el déficit no solo hipoteca el desarrollo de las próximas generaciones, sino que lastra la recuperación económica de un país como España que según el FMI ha perdido potencial de crecimiento como ningún otro de Europa. La creación de un entorno favorable a la generación de em pleo constituye una de las recetas centrales del FMI porque el adelgazamiento del ejército de parados es el único camino para reducir la extraordinaria presión del gasto por seguro de desempleo sobre las cuentas fiscales. Aunque al sugerir una reforma del mercado laboral es previsible que el Gobierno se aferre a su idea fuerza de no rebajar la protección social en tiempos de crisis y cierre toda opción de flexibilización contractual. Quizás recoja sus frutos en dividendos electorales como sugirió ayer José Blanco, pero no logrará evitar que el mercado continúe ajustándose con despidos y que la sombra de la recesión sea más alargada en la Península.