TRES MIL AÑOS Y UN DÍA

La gran traición de Miguel Ángel Moratinos

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Anda cachonda la derecha y buena parte de la prensa llamándole vendepatrias a Miguel Angel Moratinos por haberse dado un garbeo por Gibraltar, piedra irredenta donde las haya. La diplomacia tradicional lleva muy mal cualquier gesto que pueda tomarse como una victoria británica o gibraltareña en el añejo contencioso por el Peñón. Así que a ese sector de España que parece tener a su nombre las escrituras del país entero no le ha gustado ni chispa el hecho de que el ministro de Exteriores en persona cruce la verja para entrevistarse con su homólogo británico y con Peter Caruana, ministro principal de Gibraltar. Habría que preguntarse al respecto qué hemos ganado en este asunto en el pasado, desde que en 1704 se la quedaran los ingleses tras una batallita de nuestras típicas guerras civiles; o desde 1713 cuando el Tratado de Utrecht nos dejó a dos velas y empezó a decretar las horas bajas del imperio español. Hemos intentado recobrar Gibraltar de todas las maneras: por las armas, con cuatro asedios militares. Por vía diplomática, mediante una ofensiva en Naciones Unidas que da la razón a la búsqueda de la integridad territorial de España y al fin de la última colonia europea en este continente. O por otros métodos más execrables, como encerrar a cal y canto a la población local entre 1969 y 1982, con la vana esperanza de que Gibraltar cayera como fruta madura.

Es verdad que, en los últimos veinticinco años España ha puesto mucho de su parte para hacer las paces con los yanitos, pero también es verdad que estos recuerdan todavía los malos ratos de su encierro y sabe que aunque al Reino Unido parezca que le va peor que a nuestro país en la actual crisis, a ellos sigue sin faltarle poder adquisitivo ni empleo bajo la bandera de la Unión Jack: no veo que los gibraltareños vayan, hoy por hoy, a renunciar a la nacionalidad británica para ponerse hacer cola ante las oficinas del Servicio Andaluz de Empleo.

Así que, sin renunciar en ningún caso a la reivindicación de la soberanía, Moratinos y su equipo llevan cierto tiempo decididos a aparcar sus reivindicaciones y tirar por la calle de en medio de los asuntos más o menos domésticos que pueden facilitar o entorpecer la vida de los ciudadanos de un lado y otro de la Verja. Uno tiene el derecho a suponer que el bienestar de los contribuyentes es, cuanto menos, tan respetable como ciertos aspectos del llamado honor patrio: comprendan que un linense o un algecireño tenga menos orgullo que rabia cuando pasa tres horas intentando cruzar la puñetera frontera para repostar o comprar tabaco rubio, productos legalmente servidos por empresas españolas que hoy por hoy capitanean en realidad la economía calpense.

¿Tan grave es que Moratinos haya participado en una reunión tripartita del foro que viene reuniéndose desde tres años atrás para buscar cauces de entendimiento entre todas las partes de este litigio? La propia dictadura franquista mantuvo un consulado en Gibraltar hasta 1954, año en que lo cerró en protesta por la visita de Isabel II que supuso el chupinazo de salida a aquella guerra fría con la Pérfida Albión. Aún hoy sigue existiendo la extraña figura de un alto funcionario de Exteriores que, sin reconocimiento de cónsul y desde comienzos de los 80, sirve de intermediario entre el Palacio de Santa Cruz y Convent Place -sede del gobierno gibraltareño-.

Tampoco parece muy sensato protestar porque España vaya a abrir una sede del Instituto Cervantes en Gibraltar, bajo la dirección de Francisco Oda, un experimentado sociólogo que lleva años tendiendo puentes entre una y otra orilla de la Verja. ¿Por qué el mismo sector que se rasga las vestiduras porque la Cataluña oficial convierta al español en su bajancia, no le gusta que le recordemos a los yanitos la lengua de Cervantes que ha ido peligrosamente perdiéndose allí durante los últimos años? Los habitantes de Gibraltar que carecen de estudios la hablan mal y quienes los tienen prefieren hablar inglés porque, para ello, mayoritariamente se formaron en Gran Bretaña.

No creo que pueda llamársele en vano traidor a Moratinos. Con aguas tan revueltas, él prefiere enamorar a Gibraltar que lanzarle piedras. Y, en ese sentido, podría ayudarnos sobremanera ciertas torpezas del propio Peter Caruana. Como, por ejemplo, cuando hace una semana, montaba el mingo por las supuestas aguas jurisdiccionales de la Roca -no reconocidas por el Tratado de Utrecht pero aceptadas por el sentido común-. No sólo llegó a recomendar a los navegantes de Gibraltar que desobedecieran los requerimientos de la Guardia Civil o de los aduaneros españoles que les abordasen en dicho perímetro, sino que incluso lanzaran bengalas de alerta para las patrulleras gibraltareñas. A los marineros locales les mosquea lo de las bengalas por el peligro que supondría dicho gesto ya que cualquier agente de los servicios de seguridad españoles podría confundir la pistola y actuar en legítima defensa con impredecibles consecuencias. Y a los británicos, no les ha gustado un pelo que pretenda enfrentar a las lanchas gibraltareñas con las españolas cuando, en último caso, las competencias en dicha materia serían de la Royal Navy.

A Londres tampoco le gusta demasiado que cada vez se le reste más presencia y prestigio al gobernador británico en dicha colonia. Así que no me extrañaría que Moratinos pensara que cualquier día Su Graciosa Majestad se cansa del Peñón y lo mismo nos lo devuelve como un regalo envenenado.