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Aquellos 'progres' de los setenta

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La congoja, la amargura y la preocupación generadas por las noticias de las violaciones a dos niñas por adolescentes menores de 14 años en Baena (Córdoba) e Isla Cristina (Huelva) han sido generales. A todos nos han dolido y son muchos los que se han esforzado en identificar las raíces y en sugerir algunas propuestas que favorezcan la eliminación de estos comportamientos tan agresivos e inhumanos

No han faltado políticos de diferentes signos ideológicos ni responsables del orden público que han abogado por un cambio de la actual Ley del Menor, de acuerdo con las reformas que han adoptado algunos países europeos. «No podemos agarrarnos siempre a lo mismo para no intervenir aduciendo que no es oportuno legislar en caliente», ha declarado el Secretario General de la Confederación Española de Policía.

El defensor del Pueblo Andaluz considera, por el contrario, que, antes de reformar la Ley del Menor, «hemos de hacer un estudio pormenorizado de los diferentes casos imputables a menores, y, después de una seria reflexión, extraer las conclusiones pertinentes». Para José Chamizo dichas atroces violaciones nos remueven la conciencia, porque entendemos que «la formación de los menores es una responsabilidad que hemos de compartir los padres y los demás miembros de la sociedad».

El ministro de Educación también ha pedido una reflexión sobre los valores morales de los menores de edad y de toda la sociedad para evitar que estos graves atropellos se sigan repitiendo. Pero, en esta ocasión, Ángel Gabilondo, dirigiéndose a los periodistas en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense en San Lorenzo de El Escorial, donde ha inaugurado el curso Televisión, poder y audiencias, ha declarado que es necesario que todos «analicemos a fondo qué ocurre en una sociedad donde los menores de edad tienen tan dislocados los valores como para cometer esos atropellos». El titular de Educación lamenta que la sociedad trate de exculparse de estos comportamientos y los atribuya sólo a la falta de valores en los menores agresores. A su juicio, «la educación y la sociedad no son dos ámbitos diferentes ya que quien educa, en realidad, es toda la sociedad».

Ha insistido en que es importante que los adultos identifiquemos nuestra escala de valores, las convicciones que nos orientan, el modelo de sociedad que estamos construyendo y los principios que estamos transmitiendo». En su opinión, esta situación sólo se soluciona si la afrontamos mediante un plan de educación del que nos corresponsabilicemos las familias, los colegios, los medios de comunicación, los servicios sociales y todos los que ostentamos responsabilidades públicas y políticas.

A mi juicio, hemos de hacer una seria autocrítica en especial aquellos «progres» de los años setenta que, para liberarnos de las represiones de la Dictadura, nos sacudimos de una manera radical e indiscriminada -y sin sustituirlas por otras- las pautas que, durante mucho tiempo, habían orientado nuestros comportamientos personales, nuestras relaciones familiares y nuestras conductas sociales. Aquella alegría con la que entonces banalizamos las relaciones sexuales, desacralizamos los principios éticos, desmitificamos las tradiciones milenarias y desacreditamos los valores cívicos sigue constituyendo, en la actualidad, el objeto de comentarios frívolos de unos «progres» trasnochados que ya lucimos canas o calvas.