Contador rueda por detrás de sus compañeros durante la jornada de ayer. / AP
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El Ventoux recibe al Tour de Contador

«Este triunfo lo saborearé dos veces. Y quiero que Armstrong suba al podio, le dará prestigio»

| ENVIADO ESPECIAL. AUBENAS Actualizado: Guardar
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Entre el segundo Tour de Alberto Contador y París sólo media el Mont Ventoux. El líder y el Gigante de Provenza tienen cita concertada para hoy. El mejor final: juntos el número uno del mundo y el puerto más cruel. La cuesta blanca.

La que enloqueció a Ferdi Kubler, que turbado dio media vuelta y pedaleó en sentido contrario. La que asfixió a Merckx: «¡No puedo más. Tengo fuego en el pecho!», gimió el belga en la cima tras desplomarse. Piernas de papel. «He pasado miedo», confesó. Merckx atemorizado.

Miedo a acabar como Simpson, el campeón del mundo fallecido allí en 1967, en el lugar donde hoy le recuerda un monolito. Sepultura de piedra. Allí cayó por tercera y última vez. Bajo la canícula. Sin aire en la luna de Provenza. Muerto en combate, con su munición de anfetaminas en la sangre. Hoy, por decimocuarta vez, el Tour sube al Monte de los Vientos. A rendir homenaje a Alberto Contador.

«No es un puerto que me guste para atacar. Pega demasiado viento. Pero eso mismo me puede beneficiar ahora. Si no tengo un buen día, podré ir a rueda», dice. A rueda de los Schleck, que tratarán a dúo de bajar a Armstrong del podio. Esa es la única duda que le queda al Tour de Francia. El resto se llama Contador. «Este Tour lo saborearé dos veces». Doble victoria: líder de todos y líder del Astana, el equipo de Armstrong.

Contador ya tiene la carrera entre las manos. Ahora que todo es a crédito, él la ha ganado al contado. A golpes: en Arcalís, en Verbier y en la contrarreloj de Annecy. Ya está todo dicho. Falta el desfile por el Ventoux. «Me gustaría que Lance (Armstrong) mantuviera su plaza en el podio», apunta. «Le daría prestigio». Quiere la foto del americano un escalón por debajo. Imaginarlo le hace sonreír. «¿No teme al Ventoux?», le preguntaron. «No. Respeto. Miedo, nunca».

Y eso que ayer frenó en el tramo final de la etapa. Perdió cuatro segundos para evitar riesgos. «Había mucho peligro». Frenar es el lujo del líder: distancia en más de cuatro minutos a Andy Schleck y en cinco y medio a Armstrong, Wigging y Kloden. Frank Schleck está casi a seis. Alberto Contador corre ya con la cabeza vuelta hacia atrás. Mirando a todos desde la primera plaza. Suya.

Ayer no era un día para él. Era la etapa de los desesperados. Los que no han ganado nada. Evans, por ejemplo. El ciclista introvertido, depresivo. Buscó consuelo en una escapada masiva: con Millar, Popovych, Kirchen, Arrieta, Arroyo, Barredo, León Sánchez... Luego llegaron Rubén Pérez, más Benatti y Roche.

Dos enemigos. Bennati había jurado en la etapa de Besançon que Roche no ganaría nunca en este Tour. El hijo del antiguo vencedor de la Grande Boucle se negó a dar relevos aquel día. Bennati no salió ayer a por la victoria, sino a agarrar del pescuezo a Roche. El final del Tour de Francia es siempre así. De cuentas pendientes. En cualquier caso, ninguno de ellos tuvo opción. Casi siempre es demasiado largo el camino de las fugas.

Detrás, el Rabobank de Freire y el Cervélo de Hushovd apretaron para deshacerse de Cavendish en el puerto de Escrinet. «Sabía que mi meta estaba en la cima», confesó Cavendich. Así fue. Soportó el ascenso. Ya estaba. El sprint, quince kilómetros más allá, era suyo. El quinto triunfo, como Armstrong en 2004. La novena victoria del británico en dos Tours.

Cuatro segundos

Aunque Ballan y Lefevre, en el ascenso a Escrinet, y León Sánchez, en el descenso, quisieron borrar ese guión. «Me habían dicho que tenía curvas difíciles», protestó el murciano. Tremenda planta. Y no: «Era un carretera ancha, y encima se ha puesto a llover». Goterones de tormenta para bañar los 35 grados que aplastaban la meta de Aubenas. Secador de pelo enchufado en el cielo. El Columbia rotuló cada curva del sprint. Y Cavendish puso la firma final.

En uno de los últimos giros, el pelotón se quebró. Sólo Lance Arsmstrong se colgó del primer grupo. El resto, Contador y los Schleck incluidos, le concedieron cuatro segundos. Mejor para el americano y mejor para el madrileño, que le quiere al lado en el podio de París. Sería el símbolo de su dominio. Dueño de su tiempo. La venganza por arrinconarle en el Astana.

Hoy lo verá el Mont Ventoux. Un lugar ideal. Los 21 kilómetros sin pausa. El bosque de cedros, sin oxígeno. La calva final. Con el mistral soplando de frente. El viento de oriente. La caldera. La tumba de piedras blancas de Simpson. La cuesta de Armstrong en 2000, cuando dejó pasar a Marco Pantani hacia una victoria que el trágico italiano no quiso celebrar nunca. Hoy, el americano también dejará paso a otro. A Alberto Contador. Aunque esta vez no le ha quedado más remedio.