Padilla, Morante y El Cid salen a hombros de la Plaza del Pino de Sanlúcar. /JESÚS CABELLO
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Trío de ases a hombros en Sanlúcar

Nueve orejas y un rabo se reparten Padilla, El Cid y Morante rematando una tarde triunfal

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Como ya ocurriera en la pasada Feria de La Manzanilla, el buen juego en general de los ejemplares de Santiago Domecq volvió a propiciar que Sanlúcar pudiera vivir otra gran tarde de toros. Los tres espadas, cada uno con su particular estilo, derrocharon un esfuerzo generoso y extrajeron el máximo partido de las reses que les cupieron en suerte. Así, frente a un lote noble pero que pronto se rajó, Padilla regaló toda una exhibición de lo que es un torero bullidor, variado y de fácil conexión con los tendidos. El Cid,por su parte, mostró el carácter sobrio, severo y profundo de su toreo, ese estilo que si fuese comparado con los cánones clásicos del arte equivaldría, sin lugar a dudas, con el orden dórico griego, pues se configura austero, elegante y varonil.

En este juego de analogías, Morante de La Puebla representaría al más sinuoso y recargado orden jónico, más volcado al adorno, a la inspiración y a la exquisitez. Caracteres que no pudo demostrar salvo en los arrebatos finales ante el quinto, pues le correspondió un lote muy complicado compuesto por dos toros ásperos y de incierto comportamiento. Su primero ya le punteó el capote con rebrincada embestida y fue castigado, tal vez por ello, con tres contundentes puyazos. A pesar de tan inusual correctivo, el animal llegó al último tercio revolviéndose presto y topando la franela del sevillano, quien pronto procedería en seguida a machetear por bajo. No mejoró demasiado su suerte con el quinto, un animal encastado que provocó múltiples enganchones durante el primer tercio y hasta desarmó en dos ocasiones a Morante. Inició éste el trasteo con el sabor añejo de unos ayudados por alto y la belleza de auténtico cartel con el arrebato de un trincherazo. La labor consistió en una recia lid entre un torero seguro, relajado y muy decidido frente a una res que topaba con el engaño cuando no se colaba con peligro. Faena de porfía e intermitencias, que alternó pases desmayados y estéticos con momentos de acoso y atosigamiento por parte del toro. Al final, dos series cuajadas de derechazos largos y macizos pusieron el ansiado broche artístico a su esforzada actuación.

El Cid dejó su aroma de gran capotero al estirarse con temple y pureza a la verónica con sus dos oponentes. Su primero se rajó con prontitud, pero el sexto, el animal más bravo y de mejor embestida del encierro, le permitió cuajar una faena pletórica, con tandas de derechazos plenas de ritmo, cadencia y ligazón.

Frente a toros de extremada boyantía, pero cuya fogosidad y casta se diluyeron bastante pronto durante los trasteos, Padilla derrochó alegría y variedad capotera, espectacularidad y dinamismo en banderillas y arrojo y entusiasmo con la muleta. Un aire de frescura y de sincera entrega, refrendada con la perfecta ejecución de dos estocadas al volapié.