el rayo verde

Pacto y disidencia

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El pacto por el Bicentenario, firmado el jueves, no exime de la pequeña pugna por apropiarse de los logros presentes, pasados y futuros, pero sí demuestra que la necesidad de conmemorar el Doce con toda la fanfarria posible ya se ha instalado en la agenda pública de manera incontestable. No es poca cosa, si miramos atrás y recordamos las escasas expectativas que había al respecto hace apenas dos años. Yo me felicito como ciudadana gaditana, aparte de como «mosca cojonera-periodística», porque si los partidos políticos, esas organizaciones tan endogámicas y ensimismadas, tan alejadas de los votantes a los que se deben, se han dado cuenta de que deben colocar el segundo centenario de las Cortes de Cádiz al nivel de un «asunto de Estado», como lo fue la reforma del Museo del Prado en la política nacional entre Aznar y Zapatero, es que las cosas van bien. Pero que muy bien. Hace esos dos o tres años nadie daba un duro por la efeméride y hoy la situación es diferente, quizá por el impulso político de la alcaldesa, quizá porque Teresa Fernández de la Vega dijo que sí, quizá porque Zarrías le encontró un sentido en el contexto de la recuperación de los ideales de la democracia y la transición, quizá porque Pizarro ha llegado ya con el turbo a la máxima potencia. También, pienso yo, porque los medios de comunicación hemos mantenido vivo el debate, porque la Universidad ha insistido en la dimensión académica... A cada cual su sitio, por qué no, la realidad es compleja y un análisis que se pretenda serio tiene que alejarse de los maximalismos. La lucha por atribuirse méritos y éxitos forma parte del 'modus operandi' de la raza humana, pero también actúa como un estímulo básico, como la competencia en la vida empresarial, para ir a más, para superarse, cada administración en lo suyo, que es lo que a los contribuyentes nos interesa.

El consenso, aunque de por sí no vaya a resolver nada, sitúa el escenario un punto más elevado, dispuesto a acoger la construcción del decorado, los pilares y los volúmenes del proyecto. Es el momento de elaborar el diseño y definir la ambición. Qué queremos construir, hasta dónde queremos llegar.

De ahí que el otro día, en un coloquio con la alcaldesa en Onda Cádiz, me sorprendiera su insistencia en decir que Cádiz puede aspirar a algo a su medida, la de sus cinco kilómetros cuadrados y sus cientos y pico mil habitantes (el pico, por supuesto, lo dirá el padrón). Comprendo que es lo lógico, que es cierto que estamos en una posición de segundo o tercer nivel en las ciudades españolas, muy fuera de los circuitos. Es duro, pero es así. Podemos añorar lo que fuimos y soñar un futuro a escala, como los androides soñaban con ovejas eléctricas, pero la pura verdad es que somos lo que somos y estamos donde estamos. Y que nos lo hemos labrado a pulso.

La cuestión es, ahora, si resignarse a esa pequeñez o no, si redoblar la pelea para salir del marasmo, de una vez por todas, o al menos intentarlo. Si nos conformamos con lo posible conseguiremos eso, lo posible, pero ninguna cosa más allá.

Pues el viejo lema «sé realista, pide lo imposible» me parece ahora más necesario que nunca. Como me parece que de la m ítica tradición del Doce debemos recuperar con urgencia la figura del crítico, el rebelde, el heterodoxo -lo acaba de recordar un curso de verano de la UCA al que, por desgracia, no he podido asistir-. Muy bien por el pacto, pero que no signifique la paz de los cementerios, el conformismo, la atonía, que de eso ya hemos tenido bastante.

lgonzalez@lavozdigital.es