vuelta de hoja

Muertes distantes

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Todos hemos podido comprobar ante la muerte de un ser querido, la acción balsámica del tiempo. Nadie podría resistir la intensidad del dolor del alma, que sólo se cura con más alma, si no se atenuara con los calendarios. Ya sé que es un arte difícil hacer «con las amarguras viejas blanco lino y dulce miel», pero también sé que es obligatorio. Lo cierto es que la distancia cronológica alivia el sentimiento y si nos dicen que ha muerto un amigo -no íntimo, porque nos hubiéramos enterado antes-, pero sí ciertamente apreciado, hace algún tiempo, no lo deploramos igual. Surge en aquella conversación un nombre y alguien nos comunica que se murió.

-¿Cuándo?

-Hará medio año o así.

¿Por qué somos incapaces de no lamentar su pérdida con la misma conmoción anímica que si hubiera muerto esta mañana? Nos parecería ridículo emocionarnos ante algo tan tardío. La persona que pasó a mejor o a peor vida, se fue a destiempo nuestro y está donde estaremos todos, pero no nos habíamos enterado.

Hago estas vagas reflexiones porque a las personas dotadas de una más exquisita sensibilidad, que son casi todas cuando hay algo que les atañe directamente, les traen sin cuidado los muertos distantes. China está castigando con la pena máxima a los que estima culpables de los disturbios de Xinjiang. En Irán se reprime con violencia el aniversario de la revuelta estudiantil de 1999.

¿Cuántos muertos? Nos da igual que sean 2.000 que 2.500. Nadie va a dejar de tomarse un aperitivo con sus amigos, ni a dormir por la noche, ya que esas cifras no nos quitan la sed ni el seño. Nuestro umbral máximo de percepción ha sido superado. No hay lágrimas para todos.