Editorial

Obama a prueba

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E l discurso pronunciado ayer por Barak Obama en la Universidad de El Cairo respondió a las expectativas creadas sobre la determinación del presidente de EE UU de promover un nuevo discurso hacia el mundo musulmán, del que ayer volvió a declararse muy próximo tras recordar sus orígenes familiares y al que apeló para construir conjuntamente la paz, la seguridad y el progreso global. Los aplausos cosechados de sus anfitriones egipcios, especialmente ante sus palabras más conciliadoras con el Islam y su compromiso con la vía de los dos estados para resolver el conflicto palestino-israelí, constataron la capacidad que mantiene la envolvente retórica de Obama para suscitar adhesiones; o, cuando menos, esperanzas de abrir un «nuevo comienzo» como el que propugnó. De las decisiones que vaya adoptando, sobre todo para determinar hasta dónde está dispuesta llegar en la búsqueda de una salida para Oriente Próximo que salvaguarde los complejísimos equilibrios en la región, y de las reacciones de sus potenciales interlocutores dependerá que la pulida oratoria del líder estadounidense se traduzca en los ambiciosos resultados que persigue. Un objetivo que pasa por cuadrar un puzzle en el que Obama colocó ayer una primera pieza, al tratar de dibujar un espacio de diálogo con el Islam superador del miedo y la furia suscitados a raíz de los atentados del 11-M; y, sobre todo, al trazar una nítida línea con el extremismo violento, cuyo combate identificó como una responsabilidad ineludible para el mundo musulmán.

Esa apelación reflejaría que, más allá del fulgor del mensaje de concordia y entendimiento entre religiones y civilizaciones -en el que se remontó hasta al-Andalus patrimonializado por Al Qaeda-, Obama no es tan ingenuo como para no acompañar su mano tendida de más firmeza en la respuesta contra la amenaza terrorista y de diplomáticas exigencias a quienes dirigió su discurso. A palestinos e israelíes, al reclamarles que reconozcan la realidad del otro y asuman que la única solución factible es la de los dos estados; al conjunto de los musulmanes, para que contribuyan a la paz y entiendan el valor de lo que está en juego en Afganistán y Pakistán. La tibia respuesta obtenida de Israel y las mayores expectativas suscitadas en el mundo árabe y en Palestina, incluida Hamas cuya violencia Obama condenó, reflejan no tanto los matices en la política del líder estadounidense, como el escollo imposible que supone hoy para la paz el abismo abierto entre quienes deben interiorizar su necesidad. Éste es el principal obstáculo que pondrá a prueba el empuje de Obama, cuya estrategia sigue enfrentándose a otros desafíos de calado, como quedó de manifiesto ayer en el ambiguo acuerdo de la UE sobre el cierre de Guantánamo.