LA CUARTO DE PALABRAS

Tiempo de memoria

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La puerta de la Flor de Galicia que daba a Santo Domingo tenía un escalón de mármol, y en él, huecograbado, una leyenda que decía «Hay Angulas». Siempre me fascinó aquella inscripción, su certeza, su fe si quiere, su eternizarse... Durante el mucho tiempo que estuvo cerrado el restaurant permaneció desafiante, perduraba, se resistía como resistió la Muralla Real en las alegrías de Chano Lobato o como resiste en el vocabulario Lapero, Piojito o plaza de Toros. Reinaba en esto el otro día (tan lejano de los fenicios como de los chiquillos que están ahora en Primaria, en mi tiempo de memoria) porque aunque llegado el momento aquel escalón se fue al garete, «Hay Angulas» sigue grabado en mi marmolillo y más de una vez al pasar por allí me han llevado ganas de entrar y preguntarle al de la barra «Quillo, ¿seguro que no hay angulas?» (¿es posible, joé?) como si aquel escalón hubiese trascendido y me elevara a fantasear. Decía Borges, lo difícil que resulta diferenciar la realidad de la fantasía, porque no hay nada más fantástico que todo lo que transita por la cabeza, el corazón o el sentimiento, ni nada más vital... No conozco yo perro más sagaz que Esmoquin, ni chulo de pulpo más chulo que Pericón, ni ciudad de los prodigios (y que me disculpe Mendoza) que se rescriba todos los días, ni... Reinaba en esto el otro día, porque de todas las celebraciones, todo lo dicho, escrito, pensado y sentido con el ascenso del Cádiz, nada tan sugestivo como la descripción de Antonio Anasagasti en LA VOZ del Macarty cazador de leones, real y mágico, con un rifle que escupía balas de corcho sujetas con una cuerda, una jaula de cartón y que le regaló un salacot que el lunes «relucía con un brillo especial...» Seguro que sí. Tengo la certeza, fe si quiere. porque, como grabado en mármol, se ha eternizado en nuestro tiempo de memoria.