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Acuerdos y recuerdos

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La mayoría de las tertulias radiofónicas que, sobre los debates y mítines políticos, he escuchado en los últimos días han enfocado sus juicios críticos a partir de unos presupuestos simplistas, inadecuados y, en consecuencia, ineficaces. En las discusiones sobre los ganadores, aplican los mismos criterios que se emplean para decidir el triunfador de los combates de boxeo: unos opinan, por ejemplo, que Zapatero, más frío y más calculador, no sólo esquiva con habilidad los golpes que Rajoy trata de propinarle con el puño derecho, sino que logra imponer su propio ritmo evitando en todo momento que su adversario dañe, con directos o cross, sus flancos más débiles.

Otros analistas, por el contrario, muestran su convicción de que Rajoy es quien, recurriendo una y otra vez al crochet, se atreve a impactar en la cara y, a veces, en el hígado y en los riñones de Zapatero. La mayoría de los comentarios, sin embargo, coincide en que son combates nulos porque ambos contendientes se reparten los puntos.

En mi opinión, esta manera de analizar los debates políticos es inadecuada y, en la actual situación económica y política, altamente peligrosa. Un debate dialéctico no es un combate, un juego divertido ni una competición deportiva. Los que así lo interpretan olvidan que el enemigo al que ambos líderes han de vencer no es el adversario político sino la crisis financiera, el paro, la miseria, la desconfianza de los electores y el temor paralizante de los inversores.

Muy poco se conseguirá mientras que esa pléyade de asesores, de portavoces y demás miembros del séquito de la fontanería política sigan preparando los debates como lo hacen los entrenadores boxísticos, señalando los flancos por los que han de atacar al adversario con el fin de «matarlo» y «rematarlo», para dejarlo «listo para el descabello y preparado para el arrastre». Tenemos la impresión de que estos gabinetes de imagen sólo pretenden que, tras cada confrontación, ellos mismos puedan proclamar que su líder ha sido el vencedor y, así, intentar que los periodistas independientes se anticipen y lancen un veredicto desfavorable.

Mucho me temo que, mientras que no cambien los presupuestos dialécticos de estos debates, no sólo serán inútiles sino que servirán para aumentar el descrédito de los políticos y, lo que es peor, para alejar a los ciudadanos de una participación política que, por definición, es imprescindible en una sociedad democrática.

Los líderes de opinión han de explicar con claridad, por ejemplo, que el Congreso de Diputados no es un cuadrilátero sino un recinto en el que, mediante el empleo de la palabra, nuestros representantes dialoguen para lograr acuerdos, para concertar remedios comunes, para convenir en soluciones aceptables. Es lamentable que este planteamiento, avalado por el sentido común y por el testimonios de los autores clásicos, nos suene a ingenua utopía, pero, al menos, deberíamos recordar que, igual que aquellos «Acuerdos de la Moncloa», la actual situación económica y política, exige que, unos y otros abandonen sus intereses partidistas, aparquen sus ansias electoralistas y aprovechen estas reuniones para cumplir el encargo que los ciudadanos les hemos encomendado.