la rayuela

El sastrecillo valiente

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Se llama Tomás y es un sastre que lleva toda su vida haciendo lo que sabe hacer, trajes a medida. Está en el ojo del huracán por haber dicho la verdad a los jueces que le han interrogado acerca de quien pagó los trajes de sus señorías. Debe de ser un hombre valiente para enfrentarse a hombres tan poderosos, con dinero y abogados capaces de dar la vuelta al Caso Camps y convertirlo en el Caso del Sastre; peores cosas se han visto en el ruedo político-mediático español.

De este ajuste de cuentas interno del PP queda la sensación amarga de que nos deslizamos hacia una democracia cínica o berlusconiana, un régimen donde el Estado, y las instituciones políticas renuncian a conseguir la solidaridad orgánica de los ciudadanos mediante la defensa de una ética colectiva en la que se fundamentan los valores que transmiten la familia y la escuela. Robar, mentir o difamar dejan de evitarse por imperativos morales o éticos y se convierten en opciones sometidas al cálculo: la probabilidad de ser descubierto frente a los posibles beneficios. El mensaje que se transmite es el de la vuelta hacia una solidaridad mecánica basada en el miedo al castigo. Pero si además el castigo no es tal, si, como vemos en la democracia española, sólo dimiten los políticos de izquierda (y no todos los que debieran), no hay freno para la indecencia y el cinismo.

Los anglosajones, inventores de la democracia moderna, instauraron el principio de responsabilidad política como eje de la gestión de los electos, separándolo de la responsabilidad penal que depende del poder judicial y cuyos tiempos y procedimientos son distintos. Por ello en Inglaterra dimiten los políticos no sólo por hacer o dejar hacer algo ilegal, basta con que sea inmoral o indecoroso. Aquí, el parlamentario y ex ministro que permitió a sus subordinados militares amañar la identidad de los restos de los soldados muertos para llegar al funeral de Estado, lejos de dimitir ante su condena, se convierte en asesor aúlico de su partido para temas de corrupción.

Nos acercamos a Italia: cuando los jueces ingleses condenan al abogado Mills por salvar a Berlusconi de la cárcel mintiendo, el rijoso donjuán de dieciochoañeras y velines, afirma sin inmutarse que es otra víctima de jueces «extremistas de izquierda» y que la «justicia penal es una patología». Hay que hacer un ejercicio de afirmación democrática para no dejarse atrapar por la falacia de la calidad del voto cuando se comprueba que, en ocasiones, el cinismo, la corrupción y la mentira no sólo no se castigan en las urnas, sino que pareciera que se premian. Es difícil entender que haya gente adulta que crea al Honorable Señor Presidente afirmando sin pruebas haberle pagado al sastre que tiene facturas que demuestran que se los pagaba su amigo del alma, ese que le quiere un huevo. No es posible que le crean, sencillamente les importa un bledo, no se indignan por que «todo el mundo lo haría si pudiera y todos los políticos son iguales».

Nos diferencia de Inglaterra sus trescientos años de cultura política democrática y nuestra picaresca judeocristiana. Si los políticos no pagan por infringir los valores en los que se basa la convivencia, los ciudadanos se conducirán sólo por miedo, no por convicción ética o moral. Necesitaremos mas cárceles y la derecha virará a estribor.