TRES MIL AÑOS Y UN DÍA

El retorno del monte de piedad

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El paro se contagia de persona a persona, como la gripe A. Se trata de una pandemia a la que la provincia de Cádiz se viene acostumbrando desde hace mucho. A veces, ocurre por causas objetivas y otras sobreviene por repentinos brotes febriles de EREs. Ni siquiera faltan para ello las causas ecológicas: una parada biológica provocará el paro de los riacheros de Trebujena, a los que se pretende dictar una larga veda de la angula en aguas del Guadalquivir. De momento, se han encerrado en la ermita de Palomares, en dicha localidad gaditana. Aunque como cuentan con el apoyo de Izquierda Unida, mejor les iría en la Iglesia de la Purísima Concepción, dado que hace un par de meses los rojos locales salvaron al templo de un terrible incendio, poco antes de viajar a Sevilla para protestar precisamente por el paro que no cesa. Sin embargo, no es el único síntoma de la crisis: en la capital gaditana ha abierto una casa de empeños al viejo estilo, figura en vías de extinción desde que los montes de piedad se convirtieron en cajas de ahorros. Claro que también caben innovaciones, como una empresa intitulada «Prestamitos» que se ha hecho con un local de magnífica posición topográfica, en plena calle Ancha. Al precio con el que oscilan en dicha encrucijada los arrendamientos, sus promotores deben haberle visto color al negocio: a cambio de ciertas sumas de dinero, usted puede empeñar desde las joyas de la abuela hasta el velero de cuando se hizo nuevo rico por el boom inmobiliario. Bienes muebles e inmuebles, posesiones de toda índole, el mercado libre se ha convertido en un mercadillo forzoso. Y, como en las viejas novelas de Charles Dickens, las cantidades del trueque varían, según puedan o no puedan recuperarse luego los bienes que se dejan en depósito.

El colmo de la crisis estriba en que cada vez haya menos guateques oficiales, para desesperación de las empresas de catering y del comando croquetero que no se perdía ninguna convocatoria cultural, social, deportiva o política que se coronara con una copa de vino de honor y varias bandejas de frito variado junto a esos otros manjares al por menor o al por mayor que los finos llaman delicatessen.

Cómo estará la cosa que la envidia tiñe hasta a los desfavorecidos: todavía, como en la vieja parábola, hay diferencias entre pobres y míseros. Así que no falta quien le tenga pelusa a la suerte que corrieron los desempleados de Delphi por adelantarse a su tiempo: al menos, ellos -a excepción, claro de los olvidados de las contratas auxiliares- tuvieron todavía un cierto mimo por parte de lo que fue el Estado del Bienestar, no que ahora cierran las fábricas a manojitos y el poder se encoge de hombros frente a la dirección obligatoria de las oficinas del Servicio Andaluz de Empleo. ¿Quién iba a decir que hasta la poderosísima Acerinox iba a acometer un Expendiente de Regulación Temporal de Empleo en la boyante factoría de Palmones, en Los Barrios, cuando los beneficios de su último ejercicio siguieron siendo de vértigo?

La crisis puede leerse en los informes de Cáritas y de la Asociación pro Derechos Humanos, en los ojos de quienes recelan de los inmigrantes en vez de recelar de los banqueros, o en el perfil de quienes acuden a los comedores de caridad, sean o no sean parroquiales: la antigua clase media a la que no le llega el sueldo a fin de mes, empieza a hacer cola para recoger las bolsas gratuintas de alimentos que reparten organizaciones caritativas. José Manuel Caballero Bonald, que acaba de publicar otro valiente libro de poemas, suele recordar cuando un Domecq de los de antes se dirigió a un cura porque quería organizar una comida para los pobres y quería saber qué era lo que los pobres comían. A la otra orilla de esta realidad, acechan los excesos y el derroche: el actual equipo de Gobierno de Sanlúcar de Barrameda acaba de descubrir el pastel que dejaron atrás los anteriores inquilinos. Los socialistas de Irene García han delatado ante las autoridades competentes como se las gastaban sus predecesores del Partido Popular. Y es que un par de ediles de quienes gobernaban la anterior Corporación habían batido todos los records de cuchipandas oficiales, dietas y consumo de langostinos desde Bajo de Guía a la Costa del Sol.

El asunto no es novedoso. En la provincia gaditana, se han dado casos parejos y en diversas formaciones políticas: a ver por dónde sale el descuadre en las cuentas que actualmente aflige al Ayuntamiento de San Fernando. Veinte años atrás, el propio PSOE tuvo que emprender una investigación interna en Algeciras cuando descubrieron que una empresa concesionaria de servicios públicos cerraba a menudo una guisquería para uso y disfrute exclusivo de algunos de los ediles que gobernaban la ciudad. En aquel entonces, también había crisis, pero la notábamos menos porque todos en general estábamos acostumbrados a ser pobres. Salvo los señoritos de siempre y los prebostes de quita y pon.