Opinion

La diplomacia de gibraltar

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En el ministerio español de Asuntos Exteriores andan vivamente enojados con que el gobierno de Gibraltar y el de los Estados Unidos de Norteamérica hayan firmado un convenio para el intercambio de informaciones fiscales. Y no tanto por dicho acuerdo, que celebran como un síntoma positivo para acabar con el oscurantismo del centro financiero del Peñón, sino por el hecho de que la escenificación pública de dicho acuerdo tuviera lugar en Londres, durante el pasado mes de abril, bajo la bandera de las barras y estrellas y la del castillo y la llave de Gibraltar, sin presencia alguna de la Unión Jack británica.

Desde el punto de vista de las autoridades españolas, se trata de un gesto que merma las diferentes posibilidades futuras de nuestro país a la hora de hacer valer su tesis de retrocesión de la soberanía de la Roca, dado que Gibraltar carece de competencias específicas en materia de Asuntos Exteriores, una cuestión reservada al Foreign Office británico. Claro que hay quien dice que lo que tendría que hacer el Palacio de Santa Cruz es fichar a Peter Caruana, el ministro principal de Gibraltar. A la diplomacia española no le vendría nada mal un éxito semejante en sus tortuosas relaciones con Estados Unidos.