La plaza del Caballo, siempre alegre, es uno de los lugares más reconocibles de Jerez y antesala de la Feria. / JUAN CARLOS CORCHADO
Jerez

Alrededor de dos equinos

La plaza del Caballo y su emblemático monumento representan actualmente, sin lugar a dudas, una de las estampas más características de toda la ciudad

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La plaza del Caballo. Antesala del recinto ferial. Explanada siempre alegre. Lugar con rumbo y elegancia, que diría Pemán. Con la avenida Álvaro Domecq por delante. Con cientos de coches que entran y salen de Jerez. Disoluta vida moderna que corretea por sus aceras. Modo de vida que tan sólo nos aporta problemas cardiacos. Escenario del estrés a hora punta. Sin embargo, la plaza del Caballo es también un icono de Jerez, una estampa clásica. Miles de tarjetas postales han viajado por medio mundo con la imagen de los caballos que se abrazan en medio de la llanura. Esos caballos que parecen querer salirse del monumento y buscar las dehesas eternas. Ese caballo fuerte que intenta cortejar a la yegua mordiéndole las crines.

Y alrededor del monumento al caballo español o cartujano, la vida estresante de la plaza. Los bancos con yupis que entran y salen con una cartera bajo el brazo. Las oficinas con secretarias con gafitas, los negocios, el reciente aparcamiento subterráneo que se construyó para que todos aparcasen sin problemas. Plaza del Caballo con sus veinte palmeras perfectamente alineadas de dos en dos, con sus guayabos, con sus setos y con sus flores. Más o menos eso es la plaza del Caballo cuando se llega a las doce de cualquier día laborable.

Un chico va pidiendo fuego a los transeúntes. Parece que las drogas le han gastado una mala pasada. Apenas puede balbucear lo que quiere. Unos señores con pinta de ir al banco a cobrar el desempleo son los que sacan lumbre y satisfacen el deseo del muchacho. De repente, el resto del personal parece que se han quitado del tabaco. Mientras, una chica va de un lado a otro hablando por el teléfono móvil. A tenor de lo que dura la llamada, el asunto es importante. De pronto llega un coche azul con cristales tintados. Se abre una puerta y entra sin rechistar. El coche sale pitando buscando la salida a Sevilla.

Estanco

A un lado de la plaza está el estanco. Nos acercamos a ver qué tal va la cosa entre cajetillas de tabaco. Nos encontramos a Toñi Pérez, que lleva tres años al frente, junto con su hermana, del estanco. «Bueno en realidad el estanco es de mi hermana. Yo soy sólo una simple empleada», comenta. En el comercio encontramos, además de las muchas y clasificadas cajetillas de cigarrillos, golosinas para los más pequeños. «Y también tenemos una sección de papelería. Cumplimos con varios apartados», comenta Toñi. Los lapiceros están colocados en los estantes y los blocs de notas se reparten por un lateral de la tienda.

Una señora se ha llevado algunas bolsas de pipas y dos cajetillas de cigarrillos. Saluda a Toñi y se despide con un «hasta mañana». Toñi, prosigue comentando que «en realidad hemos perdido bastante cuando la comunidad de vecinos puso el vallado en la parte de la plaza. Antes, había muchos más ambiente. Estaba todo abierto. Ahora, cuando llega un día festivo, no podemos abrir si queremos porque la comunidad cierra la cancela y es muy difícil acceder a esta parte de la plaza». Querer y no poder. Un estanco quizá algo escondido. Pero en los minutos que estuvimos con Toñi, hubo movimiento de clientes.

Decanos

Justo al lado está la tienda de Luis. Este hombre lleva nada menos que 35 años al pie del cañón. Es el establecimiento alimenticio del lugar. Bueno no sólo está Luis. También lo está un compañero que lleva el asunto de la carnecería. Alimentación Luis, para lo que usted guste. Frutas y verduras y canecería al fondo. Nadie se va de vacío de la tienda de nuestro hombre. «Bueno pues ya ves aquí andamos. Muchos años ya. Pero la verdad es que no me puedo quejar. Hemos subsistido gracias al buen vecindario que tenemos en esta parte. La plaza del Caballo es uno de los lugares más jerezanos que hay. Esto es una gloria. Y además, qué quieres que te diga. Vamos a ascender a Primera División. Y será justo en los días de Feria. No falla. Lo que yo te diga, hombre», sentencia Luis. Una clienta dice que Luis es como un padre. Yo he entrado aquí desde que era una niña y ahora ya ves. estoy casada y todavía sigo viniendo a la tienda a comprarle las naranjas.

El monumento

Le preguntamos sobre el monumento del Caballo. «Bueno, hace ya muchos años que está ahí puesto. Yo qué sé. Sólo me acuerdo de que vino Franco a inaugurarlo. Ya ves. Francisco Franco. Si hubiera vivido en este lugar, también hubiera venido a comprarme a mí las manzanas», comenta riendo.

Luis es el decano en la zona. Aunque no recuerde muy bien cuándo y cómo se inauguró el monumento y de qué forma fue. Le ayudaremos a él y a sus vecinos. Les refrescaremos la memoria de alguna forma. Pero tendrán que esperar unos días. Pues no todo se puede contar de una vez. Habrá que esperar para narrar y contar algunos datos sobre la plaza que nos ocupa. La plaza del Caballo. Un icono que el año que viene cumplirá nada menos que cuarenta años de vida.

Denominación

Pero esto será harina de otro costal para más adelante. Un apartado al que le daremos luz verde la próxima semana en la segunda parte de este reportaje. Será entones el momento de contar la historia de la plaza acompañada de un buen ramillete de vidas anónimas que conviven en este lugar tan jerezano como es la plaza del Caballo.

Por cierto, mirándola de forma objetiva, curiosamente, se denomina en singular cuando en realidad son dos los caballos que vemos en el monumento en cuestión. Concretamente, un caballo y una yegua. Tal como se ha apuntado anteriormente, el primero mordiendo on fuerza el crespín de la segunda, quién sabe con qué intenciones, si es que tenía alguna concreta. Pero es el pueblo quien da, finalmente, nombre a sus calles y a sus plazas a pesar de todo. Y a esta, todo Jerez la quiso denominar como plaza del Caballo. Y así se ha quedado, como no podía ser de otra forma. Que se corresponda más o menos con la realidad queda en un segundo plano.