El mejor del mundo

Salvo la pandilla de impresentables que acuñó el término canguelo y se permitió el descaro de burlarse de sus cientos de miles de lectores alentando que todavía había Liga, hemos de reconocer que fue un auténtico placer observar que un equipo como el Barça salía vivo del campo de minas de Stamford Bridge, donde un Chelsea rastrero se disfrazó de equipo italiano para combatir a la mejor escuadra del planeta. El fútbol que practican los azulgranas está tan a años luz del que hemos visto este año por aquí, que a los envidiosos sólo les queda una excusa (Manchester United) para certificar lo que desde hace meses es una realidad, que no hay quien esté a la altura de los de Guardiola. Por encima del forofismo que alimenta los argumentos de los hinchas, no hay lugar para el debate salvo el que insinúa -y esto son palabras mayores- que estamos asistiendo a la consagración del posiblemente mejor Barcelona de toda la historia, aunque lo que hace que un equipo pase a las enciclopedias son los títulos y los culés huelen a triplete por todos sus poros. La Liga la finiquitaron con un set en el Bernabéu y tendrán que pasar muchas décadas antes de que eso vuelva a repetirse. La Copa les va a enfrentar a un Athletic que sólo tiene dos opciones para no salir escaldado; una, la más probable, encomendarse a lo divino para que Iraizoz no encaje una manita; y la otra, una quimera, llegar vivo a los penaltis. La final de la Champions sí supone un apasionante reto para esta maquinaria perfectamente engrasada porque les mide a un rival quizás menos apabullante, pero de semejante envergadura. Porque, a fin de cuentas, a los que aman el balompié, por encima de su repugnante envoltorio, les queda la satisfacción de ver que el próximo día en Roma -en uno de esos partidos que se suelen dar cada mucho tiempo- el mejor equipo del mundo levantará la copa.