EL JEME

Ladrones en Chiclana

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Ya me ha tocado. Los ladrones han entrado en mi casa y a falta de cosas más valiosas, han arramblado con libros, botellas y conservas. Unos cacos un poco frikis. Conocido el robo comienza una peregrinación que deja huella. Lo primero, denuncia ante la Guardia Civil. ¡Bendito Google! Porque el Puesto de Chiclana no está fácil de localizar. Un coqueto cuartelillo estilo fusión entre la ultima temporada de Cuéntame y la antepenúltima generación de mobiliario de sala de espera del SAS. Impresionante sillón de escay negro con bodoques, una autentica pieza vintage, reloj de pared cortesía de cerrajeros andaluces, muy oportuno y hornacina con la Virgen del Pilar, providencial.

Si se llega temprano y no entra nadie a denunciar por violencia doméstica, que tiene turno a parte, con suerte se termina en el hueco de la mañana, si no, hay que volver. En todo caso conviene llevar consigo el kit de supervivencia para combatir el aburrimiento y la hipoglucemia. La espera es parecida a la de la consulta del SAS, las historias de los demás siempre son más tremendas que la propia. Escucharlas es una buena terapia, sobre todo si se ha tenido la fortuna de que los cacos no se hayan hecho caca en la casa.

Una vez que llega el turno todo cambia, es el tempo de la Guardia Civil, ni rápido ni lento, a su ritmo, se siente que el Cuerpo está pendiente de uno, no hay prisa, toma de datos exhaustiva, sensación de protección, amables y reconfortantes palabras, profesionalidad, en fin, la Guardia Civil.

Con la denuncia en la mano, corriendo para Pelagatos a por un cerrajero. Gran lección sobre la riqueza lexicográfica del español. Uno se entera de que la reja puede ir recibida, embutida o atornillada a marco completo. Resulta que la cerradura no es lo que usted piensa, eso es el bombín, aquí está la clave si el bombín de su cerradura no tiene escudo, está vendido, ya puede tener una tranca atravesada que no sirve de nada. Para entendernos, si su cerradura le ha costado menos de 90 euros, cámbiela. No le amargaré el café explicándole cómo se saltan bisagras con un destornillador, se separan los barrotes de una reja con una luz superior a 10 centímetros o se taladra un bombín sin escudo.

Sólo una vez había estado en Pelagatos, fue en los tiempos de la euforia y entonces me pareció Manhatan; apretujados se mezclaban los Q7, trailers, X5, Man, XC90. sin embargo, anteayer aquello parecía Hiroshima tras la bomba. El chico que me había instalado nuevos pestillos y cerraduras me iba dando el parte de bajas empresariales: a la derecha empresa de perfiles de aluminio, cerrada; a continuación una de escayolas, en quiebra; ahí nosotros, de 12 a 2 trabajadores, el dueño y yo. Contemplar ese páramo empresarial me lleva a preguntarme: ¿dónde ha ido a parar el dinero que estas empresas han ganado a manos llenas durante los años de la euforia? ¿Es que no había reservas ni para aguantar seis meses duros? La respuesta que encuentro es que hay gente con los bolsillos llenos que ha cerrado la empresa en espera de tiempos mejores. Los más listos incluso han recurrido a la fórmula de despido colectivo por causas económicas, traducido: 20 en vez de 45 días de indemnización por año trabajado y un 40% de la misma a cuenta del FOGASA. Que les aproveche.