Los temas del mítico artista solían destilar grandes dosis de romanticismo. / E. C.
Sociedad

Nino Bravo 'revive' en los teatros

Un nuevo espectáculo musical rescata el repertorio del célebre artista valenciano 36 años después de su trágica muerte en un accidente de tráfico

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16 de abril de 1973. Son las diez de la mañana. Camino de Madrid, el BMW 2800 conducido por Nino Bravo -nombre artístico de Luis Manuel Ferri- encara una curva con cambio de rasante de la N-III a su paso por la localidad conquense de Villarubio. El vehículo se sale de la calzada y da varias vueltas de campana. Gravemente herido, el artista valenciano fallece instantes después en una ambulancia que había puesto rumbo a un hospital madrileño; sólo tenía 28 años. Sus dos acompañantes, los integrantes del Dúo Huma, logran sobrevivir. Ese día, el mundo de la canción ligera española lloró la pérdida de uno de sus símbolos. Muy pocos podían imaginar entonces que el éxito de sus pegadizas baladas iba a perdurar pasadas tres décadas. Que Noelia, América, América, Libre o Un beso y una flor sigan pegando fuerte en cualquier karaoke que se precie convierten a Bravo en uno de esos artistas que vive para siempre en el corazón de sus fans.

Hoy se cumplen 36 años de su inesperada y terrible desaparición, pero el hombre que revolucionó el universo pop de los últimos años del franquismo ha dado un paso más al resucitar en los escenarios teatrales dentro de un musical. Vuelve Nino Superstar, un auténtico genio del romanticismo vocal.

«Es un mito. Ahora mismo está incluso por encima del grandísimo Raphael». El productor del espectáculo, Eliseo Peris, se deshace en elogios hacia el desaparecido cantante. Suya fue la idea de rememorar mediante 19 canciones su vida y trayectoria musical. Le ha costado «un año y medio» llevarla a la práctica. Su experiencia en el mundillo de la mano de trabajos de éxito como Beatles, la leyenda le permitió salvar los obstáculos. «Enseguida hablé del tema con Amparo, su viuda. Al principio la familia se resistía porque sólo quería un producto de calidad, y creo que lo hemos conseguido», relataba mientras da los últimos retoques a la creación.

El esperado estreno de Nino Bravo, el musical tuvo lugar el pasado 3 de abril en el Palacio de Congresos de Valencia y estuvo rodeado de una gran expectación. Hacía tiempo que el recinto de la capital del Turia tenía colgado el cartel de «No hay billetes», algo nada extraño si se tiene en cuenta que el artista es toda una institución en su tierra natal. La obra realizará hasta junio ocho escalas durante su gira por la península, entre ellas San Sebastián -el día 30- y Logroño. Después del parón veraniego recalará en Bilbao, si bien todavía no está fijada la fecha ni el auditorio que lo acogerá.

Quienes esperen un musical al uso, se equivocan. El propio Peris desvela que «ninguno de los intérpretes» hace las veces de protagonista. El inolvidable cantante está presente a través de una pantalla de doce metros de longitud instalada en la parte trasera del escenario, donde se intercalan imágenes o entrevistas inéditas cedidas por personalidades del mundo de la música de la talla de Augusto Algueró, José Luis Ulibarri o Juan Carlos Calderón. Una banda compuesta por diez músicos, un coro y cuatro jóvenes vocalistas elegidos en dos populosos castings ponen el toque distintivo a la obra.

Sin sustituto

Si los componentes de Class Music han buscado una fórmula para que nadie dé vida a Nino Bravo, es porque estaban persuadidos de que su cálida voz era única y difícilmente sustituible por un mero imitador. «Tenía un registro de tres octavas», recuerda a su vez el conocido periodista y productor musical Julián Ruiz, que le esperaba en un estudio de Polydor antes de su trágica muerte. El director del mítico programa Plásticos y Decibelios -en antena antes incluso de la llegada de la democracia a España- le presenta como un hombre «muy humilde, cariñoso y provinciano». En el buen sentido de la palabra, claro: «Yo le considero el Frank Sinatra español. No lo digo sólo por el estilo, seguramente más ajustado a los gustos latinos o mediterráneos, sino porque los dos tenían una voz característica e inigualable».

Se da la circunstancia de que, a comienzos de los 70, la Comunidad Valenciana dio una excepcional camada de cantantes melódicos. Juan Bau, Francisco, Jaime Morey, Juan Camacho... Todos tenían cierto parecido por el aire romántico que solían destilar sus canciones y encontraron su propio hueco en el complicado mundo de la venta de discos. Lo curioso es que los expertos postularan años después a un artista en las antípodas en los gustos tradicionales de la cantera levantina -Tino Casal- como sucesor de Bravo en los festivales. Ruiz nunca lo terminó de ver en esa faceta. Será porque mientras con el intérprete de Eloise hablaba de David Bowie, con el tenor de Ayelo de Malferit hacía hacerlo de Sinatra.

Un museo en su pueblo natal, miles de discos vendidos, club de fans con publicación propia... El legado del Nino Bravo es inmenso. Su figura ha sido homenajeada con profusión y canciones como Libre todavía suenan de cuando en cuando en las radiofórmulas, peso a lo cual apenas existen instantáneas de calidad del artista sobre un escenario. Menos aún en color. Tampoco le hizo falta ninguna campaña de marketing más allá de la inestimable ayuda de algunos pinchadiscos radiofónicos.

«Es una leyenda», proclaman Eliseo Peris y Julián Ruiz. Quién sabe, quizás el final trágico a su periplo musical haya resultado determinante para perpetuar su legado. Al igual que otras Elvis Presley o Kurt Kobein, murió en pleno «auge musical» y pasó a la historia subido en ese pedestal.

Cupido no quiso facilitarle la labor profesional a Nino Bravo y retrasó el inicio de su idilio con el gran público. Suena raro, porque el genio de la canción romántica ha hecho perdurar durante años ese amorío con millones de fans hispano hablantes, pero en sus inicios el cantante necesitó de un pequeño empujón mediático. Se lo dio vía radio otro valenciano de pro, el periodista Joaquín Prat. Sí, el presentador de El precio justo. «Tenía un programa nocturno en la Ser y a base de poner Te quiero, te quiero -a la postre el primer éxito del artista- hizo subir su popularidad como la espuma», desvela Julián Ruiz. Aquel hombre de penetrable voz, ex integrante de los Superson's y empleado de una joyería, se puso en órbita enseguida cuando apenas unos días antes la discográfica decía que «su estilo no terminaba de cuajar».

Las flechas del amor se incrustaron en Nino Bravo bastante antes que las del éxito musical. Una tarde del mes de diciembre de 1969, conoce a Maria Amparo Martínez en el Club Victor's de la capital valenciana, que ambos frecuentaban. Enseguida se gustaron. Dos años más tarde contraerían matrimonio en la más absoluta intimidad. La boda dio suerte al cantante, porque prácticamente coincidió con el relanzamiento de su carrera en los escenarios. «¡Triunfó incluso en Sudamérica!», recuerda Ruiz, amigo confeso del cantante.

-¿Hasta dónde hubiera podido llegar si aún viviera?

-Es imposible saberlo -contesta- por mucho que tuviera una voz única, diferente. Tal vez dependa de la vida que eligiera. Julio Iglesias me dijo un día que, si llega a quedarse en España para siempre, hoy estaría cantando en casinos...

Si los inicios en la élite musical fueron complicados, la llegada de Nino Bravo a ese restringido grupo de artistas que sonaba con asiduidad en las emisoras del país fue quizás aún más difícil. El quinteto Supersun's nació en 1962 y se separó apenas dos años más tarde. Tras cumplir el servicio militar y vivir una etapa personal de desorientación, el artista retomó en el 68 su carrera en los escenarios. Fue entonces cuando adoptó el nombre artístico que le catapultó al estrellato tan sólo meses antes de que Augusto Algueró le ofreciera grabar su primer single.

Cuando en 1971 la irrupción de Jesucristo Superstar revolucionó el mundo de los musicales a raíz de su polémico estreno en Broadway, el género estaba poblado por actores que cantaban. Hoy en día se da un proceso inverso. Basta con echar un vistazo a los anuncios de castings colgados en páginas webs en las últimas semanas en busca de nuevos talentos. «Se buscan tres cantantes que sepan actuar para un musical en Barcelona», dice un reclamo. Es muy probable que en el origen de ese cambio de tendencia en la contratación de profesionales se encuentre la obsesión por hallar una voz bonita o similar a la que tenían los grandes cantantes de las décadas de los 60, 70 e incluso 80, que en los últimos tiempos dan pie a muchas obras de éxito.

Quizá una prueba del ansia por encontrar reconocidos vocalistas esté la estrecha relación que mantiene ahora el género con la televisión; más en concreto, destaca el trasvase de protagonistas con Operación Triunfo. Esa historia de amor entre el mundillo y el conocido concurso dio comienzo en la primera edición del programa con la incorporación de Gisela al musical de Peter Pan, pero sigue vigente, como demuestra que otra mujer -Sandra- fuera seleccionada el año pasado para el papel de María Magdalena en la última versión de Jesucristo Superstar.

Para el espectáculo creado ex profeso en homenaje al célebre Nino Bravo se ha recurrido también a cuatro artistas vocales con dotes interpretativas -David Castedo, María Marín, Carmen Rodríguez y José Valhondo-. De los actores con buena voz, ni rastro. Aunque ninguno de los protagonistas es famoso. «Queremos dar importancia a la persona que da nombre a la obra, de ahí que hayamos optado por gente sin nombre», explican en la productora.

Cierto es que últimamente se estrenan en España más musicales que nunca, pero en las productoras especializadas andan con la mosca detrás de la oreja por la incidencia negativa que la crisis tiene en el taquillaje. Algunos cifran la pérdida de público en un 25%, si bien otros hablan de un descalabro cercano al 40%. «La gente consume menos cultura», se lamentan en dos empresas consultadas. ¿Cuestión de prioridades?