Opinion

El día de los gitanos

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El Miércoles Santo tuve la oportunidad de vivir dos momentos extraordinarios. El primero, aunque se repite cada año, volvió a erizarme el vello. El tiempo se paró por unos minutos en la plaza de las Angustias mientras el palio de la Amargura caminaba lentamente a los sones de la marcha del mismo nombre que compusiera Manuel Font de Anta. Eché de menos, eso sí, la saeta que solía cantarle en este punto Elu de Jerez desde un balcón situado a la derecha de la iglesia que antes fuera capilla del Humilladero. Tras varios años sin asistir, este miércoles también me acerqué a la calle Ancha para ver a la hermandad del Prendimiento en su recogida camino de Santiago. Con mi amigo Ángel Espejo y con el recuerdo de su padre, Lito, en el pensamiento, disfruté del paso de María Santísima del Desamparo desde la misma delantera del palio, junto al que recorrimos los últimos metros de su itinerario antes de llegar a la capilla del asilo de San José. Allí, en el barrio de Santiago, yo diría que estaban todos los gitanos de Jerez. Nadie quería perderse el acontecimiento de ver al Prendimiento en la calle después de dos años. Precisamente, el 8 de abril, Miércoles Santo -no podía haber caído en otra fecha mejor en el calendario- se conmemoraba el Día Internacional de los Gitanos. Según pude leer en LA VOZ hace unos días, esta fecha fue institucionalizada junto a la bandera y el himno gitano (Gelem Gelem) en el Primer Congreso Mundial Roma/Gitano celebrado en Londres en 1971, y la Fundación Secretariado Gitano está trabajando intensamente por la difusión de la efemérides. En Jerez la celebración será a partir de mañana con talleres culturales y lúdicos en centros de Primaria y Secundaria con los que se pretende difundir la cultura de la comunidad gitana. Y no se me ocurre ningún sitio mejor que Jerez para festejar un día así, ninguna ciudad mejor que la nuestra, donde la convivencia entre payos y gitanos es más que ejemplar, es una hermandad; donde ser gitano imprime categoría y prestigio.

Y allí estaba yo, un gachó que no sabe ni tocar las palmas, en pleno Santiago, escuchando esas voces quebradas por la saeta y sintiendo el compás que emana la calle Nueva. Jerez puede estar orgullosa de sus gitanos y ellos también pueden estar orgullosos de su ciudad. Es un pueblo éste que, sin ningún género de dudas, ha enriquecido en todos los sentidos a Jerez y ha contribuido de forma notable a establecer las bases de lo que hoy es y significa todo lo jerezano. Al margen del mundo del flamenco, donde la lista de cantaores, bailaores y guitarristas es literalmente interminable, en Jerez tenemos y hemos tenido grandes gitanos como el futbolista Dieguito de la Margara, el torero Rafael de Paula, escritores, capataces, pintores... Es más, tenemos gente en la ciudad que no es gitana, pero que por su forma de ser, por su gracia, por su arte, debería serlo. En el Xerez, por ejemplo, hay dos jugadores a los que les vendría que ni pintado ser gitanos. Uno es Antoñito y otro Brian Sarmiento, más conocido ya por todos como Currito de Jerez. Y es que ser gitano, me da la sensación que no es sólo pertenecer a una raza o una etnia, como queramos llamarlo; es un comportamiento, una forma de ser que se tiene o no se tiene. Así al menos lo percibo yo entre los gitanos que he tenido la suerte de conocer. Por eso hoy, aprovechando que el miércoles del Prendimiento se conmemoró su día, es una buena ocasión para felicitar a todos los gitanos de Jerez y animarles a que sigan dando a conocer su cultura. Además, está prohibido hablar de la crisis. Me dicen que mi amigo Luis Arriaza ha colocado un cartel en su bar de Rafael Rivero, en El Tabanco, en el que se puede leer «Terminantemente prohibido hablar de cómo está la cosa». Así que esta semana he decidido hacerle caso y olvidar por unos días el tema de marras. Por cierto, qué arte más grande, Luis.