Editorial

Escalada norcoreana

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E l lanzamiento por Corea del Norte de un cohete destinado a poner en órbita un satélite experimental de comunicaciones, pero que podría actuar como un misil de largo alcance confirma la alarmante determinación del régimen de Pyongyang de tensar las cuerdas en sus negociaciones con la comunidad internacional en lo referido al desmantelamiento de su potencial nuclear. La decisión norcoreana ha sido interpretada como una provocación por lo que supone de desafío a los requerimientos que se le habían dirigido para que desistiera. Al coincidir con el renovado compromiso realizado en Praga por Obama para liderar la abolición paulatina del armamento nuclear y sostener la seguridad internacional sobre bases de distensión, el cohete norcoreano lleva inscrita una advertencia acerca de los riesgos que comporta esta escalada para los objetivos de la nueva Administración de EE UU, como intentar encauzar hacia fines pacíficos las pretensiones nucleares de Irán y atraer a sus dirigentes a un nuevo marco diplomático. La posibilidad de que la actitud de Kim Jong-il responda a un afán propagandístico, que buscaría lograr una posición más ventajosa en las negociaciones para la desnuclearización del país, no resta gravedad a su comportamiento. Cuestiona la capacidad disuasoria de quienes participan en esos contactos, divididos sobre la entidad de la respuesta que merece la hostilidad exhibida desde Pyongyang; y también la del Consejo de Seguridad de la ONU, en el que se proyectan esas disensiones, para hacer cumplir la resolución 1718 aprobada en 2006 que limita los experimentos nucleares norcoreanos. Las sanciones impuestas son insuficientes para persuadir a Kim Jong-il, cuya obcecación en cegar las vías de avance del país hacia el desarrollo y la convivencia con sus vecinos debería llevar a la comunidad internacional a procurar medidas de presión más efectivas que coarten su inquietante agresividad.