LA ESPINITA CLAVÁ

Sucursales para san felipe

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Álvaro es un abogado de relativo éxito en Madrid. Su mujer tiene un buen trabajo de media jornada, tiene dos hermosas hijas de seis y ocho años y una casa en la playa. Su único problema -hasta el curso pasado- era el colegio al que iban asistir sus niñas. Esa era la razón por la que Álvaro salía todos los días de su despacho, cogía el coche y en vez de tomar el desvío de Majadahonda, se dirigía a Villanueva del Pardillo. Aparcaba su coche frente a la casa de María y Pablo, amigos de él y su mujer, y bajaba con una bolsa de plástico. Dentro traía un pantalón de chándal y unas zapatillas de estar en casa. Tuvo suerte, porque cuando llevaba dos semanas cumpliendo esa rutina, llamaron al timbre. Era un policía local, que venía a comprobar el empadronamiento de las hijas de Álvaro. Él enseñó su DNI y todo arreglado: las niñas pudieron entrar en el concertado que él había elegido.

Lo cuento por todo lo que se ha formado en torno a la matriculación en los centros escolares de la avenida (sobre todo San Felipe) y los afanes de los padres por entrar allí para que sus hijos reciban una educación cristiana y hagan deporte en magníficas instalaciones deportivas, que son las dos únicas motivaciones que mueven a los progenitores a remover cielo y tierra. Yo pensé que la educación religiosa era igual en todos los colegios, pero parece que no. Que hasta en eso hay clases, niveles y grados. Yo lo que propondría a Educación, en vista de que no parecen dispuestos a arreglar los colegios públicos, es que crearan sucursales del conocido colegio, de manera que uno pudiera asistir al San Felipe de Bahía Blanca o del Cerro del Moro (para hacerlo ya totalmente universal).