ENMIENDAS AL PARADIGMA

Desactivar la 'Nueva Economía'

Y vigilar de cerca a sus devotos, que, como hongos, han proliferado al calor de beneficios tan pingües como destructivos. Es un programa de limpieza -todavía no asumido con claridad y firmeza por los líderes políticos del mundo- que se revela como indispensable para resanar el tronco podrido de la Economía global. Una Economía que, a decir verdad, había perdido ya su rostro humano mucho antes de que habitara entre nosotros la Nueva Economía, ese peculiar Espíritu Santo laico que vino a cobijar bajo sus alas, allá por las últimas décadas del pasado siglo XX, a los más furibundos defensores de un capitalismo agresivo hasta la extenuación; injusto además de ilegítimo, transgresor (sin complejos) de las fronteras que lindan con el delito, y profundamente despreciativo con la Democracia y el Estado de Derecho.

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Ignoro si la filosofía que informa los actuales planes de formación de eso que se ha dado en llamar cultura emprendedora incluye siquiera sea un capítulo que contemple la necesidad profiláctica y moral de erradicar el todo vale en los negocios. Es evidente que estamos necesitados de verdaderos empresarios, de emprendedores que prestigien la función social de la actividad económica y empresarial por encima de un enriquecimiento rápido, excesivo e inmoral. Ante la proliferación de adeptos a la Nueva Economía, atentos sólo a su propio bolsillo, se hace necesario el concurso de gente de bien, capacitada para entender e interiorizar el carácter sistémico de la economía, lo que en román paladino viene a significar la necesidad de no sacar los pies del tiesto, de no trasponer los límites que bordean la usura y la apropiación indebida.

Todo esto fue ignorado por la Nueva Economía, la Biblia teórica que a lo largo de estos últimos decenios ha intentado justificar los modos y maneras de aquellos que finalmente han puesto la guinda al mayor desaguisado económico de la historia. Por ello, la tarea, el programa inmediato que las sociedades democráticas deben afrontar de manera insoslayable, no tiene nada de teórico, sino que debe materializarse en actuaciones concretas: a la mierda (dicho así, con énfasis, a la manera de Fernán Gómez y Labordeta) los llamados Paraísos Fiscales, nido de ratas infectadas; a la mierda la euforia financiera, por lo que tiene de inconsciente y desestabilizadora; a la mierda ese conjunto de prácticas especulativas globales, refractarias al fisco y al control, que tan certeramente describió Muñoz Molina hace años como «un espejismo vertiginoso de números, de fortunas que viajan de un lado a otro del planeta a la velocidad de la luz, sin detenerse en ninguna parte, sin concretarse en nada material»; a la mierda todo eso

En España, distraídos por la ruidosa comedia con que el Partido Popular quiere ocupar el escenario público y el debate, corremos el riesgo de no enterarnos de nada y aceptar como bueno el anticuado mantra que pone la solución a todos los males en el despido libre y en la eliminación indiscriminada de impuestos. ¿No merecen estas desgastadas propuestas la misma escatológica imprecación que la Nueva Economía?