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Los afganos han perdido toda esperanza en su Gobierno

«Ahora estamos tan desesperados como con los barbudos», asegura un joven de Kabul

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Cuando, a finales de 2001, cayó el cruel régimen talibán, ante Afganistán parecía abrirse una época dorada de paz y estabilidad después de tres décadas de guerras interminables que comenzaron con la invasión soviética en 1979. Ocho años después de la 'liberación', los afganos han perdido toda esperanza en su Gobierno y en las fuerzas internacionales que, comandadas por EE UU, vinieron a traerles la libertad y la democracia.

«Ahora estamos tan desesperados como con los barbudos», se queja Alí, un joven de Kabul, refiriéndose a los bárbaros Estudiantes del Corán, quienes impusieron entre 1996 y 2001 un islamismo extremo que vetó por completo a la mujer y prohibió la música, la televisión y hasta las cometas. «El Gobierno ha fracasado por completo porque abunda la corrupción y no hay seguridad, por lo que hay mucha más inestabilidad que antes y nadie sabe qué va a pasar», continúa el joven, quien, como la mayoría de los afganos, sólo sueña con poder marcharse de su país.

Sus aspiraciones eran bien distintas en 2002, cuando miles de refugiados empezaron a regresar de Pakistán e Irán. Pero la situación se ha deteriorado tanto desde 2005, cuando los talibanes lanzaron una ofensiva después de que EE UU desviara gran parte de su atención y presupuesto a Irak, ya que ni siquiera la capital es segura.

Frecuentes secuestros

«Los talibanes controlan más de la mitad del país y no se puede salir cinco kilómetros más allá de Kabul», explica Sabine, una cooperante alemana que trabaja en Cáritas y tiene prohibido moverse sola por la ciudad para evitar los cada vez más frecuentes secuestros de extranjeros.

Bajo un atasco de tráfico permanente y una frenética reconstrucción, la mayoría pagada con fondos privados procedentes de la venta de opio o de los exiliados que han hecho fortuna en el extranjero, Kabul vive en un estado de miedo y ansiedad. Soldados, policías, vigilantes privados y mercenarios recorren las calles armados mientras las sedes oficiales, hoteles y viviendas de la élite han sido blindadas con bloques de hormigón y contenedores de hierro.

En las vallas publicitarias que se erigen entre las ruinas de edificios, las pancartas animando a enrolarse en el Ejército se mezclan con las de furgonetas y todoterrenos blindados. Bajo ellas, piden limosna mujeres enjauladas en sus 'burkas' y ancianos tullidos. Ni la paz ni la prosperidad han llegado aún a Afganistán.