LOS LUGARES MARCADOS

cocina tradicional

Quién dijo que en esta provincia lo único que sabemos hacer es freír pescado? Sin menoscabo de la excelencia culinaria que es precisamente ese «frito variado», con su cubierta crujiente y su exquisita sencillez, y pasando por alto incluso nuestro marisco, que, cocido o a la plancha, sin más condimento que su poquito de sal gorda ya constituye un milagro gastronómico, en un radio de 50 kilómetros podemos degustar un ciento de platos que merecerían entrar en las guías de los gourmets más exigentes.

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Me refiero a esos platillos que forman parte de nuestra herencia culinaria, a nuestra cocina tradicional, marinera o serrana, y que empezamos a olvidar y a sustituir, bien por la hamburguesa o la pizza (por socorridas y rápidas), bien por una comida supuestamente más acorde al sibaritismo del que nos gusta hacer gala (léase nouvelle cuisine y otras novelerías). Que conste que también a mí me gusta una pizza de tres quesos bien horneada. Y que esos platos de nombres poéticos que ocupan media página de la carta suelen ser deliciosos. Escasos pero deliciosos.

Pero ello no quita que echemos cuenta de esos otros guisos y potajes que nuestras abuelas preparaban y que ya no somos capaces de emular en nuestras modernísimas cocinas de inducción. Esas tagarninas esparragadas con su huevo cuajado; ese rabo de toro en oscurito; esas habas con chocos; esa raya en amarillo con chícharos; esa berza con pringá; esa poleá con tropezones Todavía quedan tascas y garitos desperdigados que siguen conservando la tradición gastronómica; y en algunos renombrados restaurantes, entre deconstrucción y deconstrucción, siguen sirviendo un puchero con todos sus avíos o unos alcauciles de caérsete dos lagrimones. Pero yo les invito a elaborar esos guisos en sus propios fogones. Nuestros mayores aún guardan las recetas en sus memorias. No dejemos que se pierda ese tesoro.