CRÍTICA DE TV

Teleobama

Seis millones y medio de españoles se pusieron ante la televisión la otra tarde para seguir la toma de posesión de Obama como nuevo presidente de los Estados Unidos. Nunca antes había pasado nada igual. El dato, desde luego, avala la apuesta de quienes retransmitieron en directo la ceremonia: TVE y Cuatro, con mayor beneficio para la primera de ellas, como era previsible.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Pero, sobre todo, semejante cifra le suscita a uno preguntas inquietantes. Para empezar, la más simple: ¿Por qué? ¿Qué llevó a tanta gente a sentarse frente al televisor para seguir un evento que, después de todo, nos queda bastante retiradillo? No hay seis millones y medio de españoles interesados por la política mundial.

Los periodistas sabemos que la información internacional, aquí, entre nosotros, deja al personal más bien frío. De hecho, en España nunca han funcionado los suplementos de esa temática. Pero es que ni siquiera hay seis millones y medio de españoles interesados por la política nacional: con rarísimas excepciones, los grandes acontecimientos políticos interiores que saltan a la tele rara vez llegan a los tres millones de espectadores. ¿Entonces? Entonces, parece claro que estamos ante un fenómeno que no tiene nada que ver con lo político y que, más bien, tiene una etiología estrictamente televisiva, espectacular.

La otra tarde había seis millones y medio de españoles viendo lo de Obama. Me gustaría saber cuántos de esos espectadores sabían exactamente qué estaba diciendo Obama, incluso si siguieron sus palabras. Creo que la respuesta es negativa en ambos casos, pero esto no es un juicio desdeñoso hacia el público, porque, en realidad, la médula del acontecimiento no estaba en el mensaje, sino en el acontecimiento mismo. Es política-espectáculo en estado puro. En los años setenta, los sociólogos llamaban a esto estrategia de la atención. Básicamente, consiste en una aplicación mass-mediática del viejo principio que hablen de nosotros aunque sea mal , con la diferencia de que el efecto multiplicador de la televisión expande el eco hasta el último rincón del mundo.