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No lo entienden

Desde que me fui de Cádiz, cruzo los dedos cada año cuando va llegando febrero y repito como un mantra la misma frase: «Que no me salga ná de trabajo, que no me salga ná de trabajo». Para cualquiera con dos dedos de frente, esta frase es de una irresponsabilidad supina, sobre todo con lo malamente que están las cosas. Pero se da la circunstancia de que yo de frente poca, y si el resto del año estoy lamentándome de la falta de curro, llegando carnavales el paro laboral se convierte para mí en una bendición.

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Esto que, en principio, sólo debería afectarme a mí, se convierte en un verdadero problema cuando hay otras personas por medio, por ejemplo compañeros de trabajo que, al no ser de Cádiz, o al no gustarles el carnaval, no pueden entender que una lo mande todo al garete por estar una semana revoleá en la calle, afónica perdida y con alguna que otra copita de más.

No lo entienden y te tachan de irresponsable, inmadura, de poco comprometida con tu vida, de loca, y otras cosas similares. Yo me paro un rato a pensar, intento comprender las razones que me dicen, y de hecho las comprendo, las comparto, pero cuando pienso en la posibilidad de quedarme sin mi racioncita anual de locura, me sale un «NO» como una casa. NO, NO me pierdo los carnavales, este año tampoco, they have to kill me, me tienen que matar, ya habrá otros en los que no me quede más remedio, pero este año, Dios mediante, ahí estará la tía cerrando La Viña, como siempre. Además, tengo constancia de que no soy la única loca que piensa de esta manera, de que hay más colgados que, como yo, son capaces de renunciar a un trabajo con tal de tener libre la semana más bonita del año.