Opinion

Revolución pendiente

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La austeridad y discreto perfil con que el sucesor de Fidel Castro, su hermano Raúl, ha preparado la conmemoración del 50 aniversario del triunfo de la revolución que se cumplió ayer, se ajustan a la oscura personalidad del heredero del dictador pero, especialmente, a las difíciles condiciones en que vive la isla atrapada en la tenaza del fracaso del socialismo y la falta de un proyecto que le permita confiar en el futuro. La envejecida clase dirigente enrocada y parapetada tras la figura de Castro que administra sus últimas fuerzas para mantener la ortodoxia de un régimen que vive del pasado, se muestra impotente para detener la deserción de miles de jóvenes que huyen hacia Estados Unidos buscando el horizonte de oportunidades que les niega su país. La discreta relajación ideológica permitida por el régimen, junto a la tolerancia de costumbres y la liberalización del mercado de dispositivos informáticos, no ha hecho más que frustrar las ilusorias esperanzas de cambio concebidas por parte de la sociedad cubana con la retirada de la política activa del viejo dictador. Porque es inútil aguardar una reforma impulsada desde el corazón del régimen y el proceso sucesorio ha acreditado que ni Fidel ni su hermano facilitarán el tránsito a la democracia. En estas circunstancias la no injerencia practicada por la gran mayoría de las democracias occidentales e instituciones internacionales parece la actitud más adecuada para no catalizar el victimismo de una sociedad todavía dividida. Porque después de medio siglo de frustración y de verificar la diferencia entre los discursos oficiales y la vida cotidiana, es el propio pueblo cubano el que tiene que afrontar el reto de impulsar la auténtica revolución pendiente de Cuba hacia la democracia y la libertad.