el rayo verde

Resistencia en Navidad

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Tengo la mesa llena de felicitaciones navideñas, como todo el mundo. Muchas llegan de carril, como de oficio, a veces hasta repetida, con una tarjeta de visita dentro, calzada por alguna mano indiferente, con una línea debajo, trazada con energía, con prisa o con un «que te den». Las miro todas con la secreta esperanza de que alguien de verdad me la haya mandado por otra cosa que no sea costumbre o protocolo, aunque desde que se descubrió el sistema ese para que parezcan personalizadas desconfío de las firmas manuscritas. Aparte, están las cadenas de correos electrónicos, los sms, los powerspoints animados, etc etc., que terminan por ser una plaga o un castigo divino.

Pese a todo, a lo mejor es por ingenuidad, pero noto, o creo que noto, la empatía, la simpatía, el recuerdo afectuoso, cuando no el puro y simple cariño de gente que, en muchos casos, ha sido apenas un contacto, una «fuente», un encuentro, en el largo año, o incluso antes. Ahora mismo, sin más, me llega un mail con un dibujo, una postal rebosante de flores y unas líneas. «Un poco de batalla, un poco de alegría», dice. Firmado, Marianne. El dibujo muestra a una mujer con lo que pueden ser unas manos, pero a mí me parecen unos grandes guantes de boxeo rojos. Ella es Marianne Brüll, la editora de Ruedo Ibérico, cuyo catálogo va a volver a publicarse pronto, según he leído en alguna parte, en sus títulos más significativos. Qué quieren que les diga, estar en la lista de felicitaciones de una mujer tan extraordinaria me produce una emoción inmensa. Con su vida, llena de libros, con su leyenda también, me llega una ráfaga luminosa de lucha, de resistencia, que si siempre es necesaria ahora se convierte en imprescindible. Por eso me gusta traerlo aquí, para que cunda, contagie, desborde, frente a tanto mal indicador y tanto profesional del pesimismo.

Hay aún otro mensaje navideño personal que no puedo dejar de contar, con una sensación de extrañeza por no explicarme, ni merecer este afecto, y con la misma lectura de ejemplaridad. Esta vez se acompaña de una carpeta y un plumier, personalizados con mi nombre, grabado en letras doradas en una esquina. Proceden del taller de encuadernación del Centro de Recuperación de Minusválidos Físicos de San Fernando. Elegantes, perfectos, preciosos, los han realizado unas manos que saben bien lo que es enfrentarse con una crisis monumental, con un cataclismo, en su propio cuerpo, en sus carnes. Les he visto allí, jóvenes, truncados por paraplejias severas en lo mejor de sus vidas, y cómo aprenden de nuevo a hablar, a escribir, a andar, y un oficio, o unos estudios, y a conducir, y a amar, hasta volver a ser plenamente «válidos».

Frente a tantos financieros ladrones, brokers mafiosos, auditores corruptos, reguladores incapaces, analistas cegatos, especuladores insaciables, políticos alunados, la vida sigue y nunca fue más cierto que donde hay vida hay esperanza. La crisis les ha derrotado, sobre todo, a ellos, a esa gentuza vestida de Armani, y a las estructuras que montaron, que han quedado en evidencia como lo que eran, émulas de la Cosa Nostra. Esa es la fiesta que se ha acabado, la que no puede repetirse. Desenmascarados, hay que construir algo mejor.

Los demás tenemos que conseguir que no nos roben la esperanza ni nos amarguen la vida, que ya es bastante dura de por sí. Ese es el cuento de Navidad de este año. Mr. Scrooge ha sido detenido.

lgonzalez@lavozdigital.es