Opinion

Grecia en tensión

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La muerte el pasado sábado de un joven de 16 años a manos de la policía ha provocado en Grecia una convulsión tal que la huelga general convocada para mañana por la confederación sindical GSEE contra la política económica del gobierno de Costas Caramanlis y la reforma de las pensiones podría conducir hacia una grave crisis social y política. Los disturbios que hasta ayer mismo fueron extendiéndose por distintas ciudades y la violencia empleada por los manifestantes desde que se conociera el asesinato de Alexander Grigoropulos permiten vaticinar un difícil regreso a la calma, incluso a pesar de la detención de los dos agentes que podrían ser, respectivamente, el autor material y el cómplice de la citada muerte. Los inquietantes acontecimientos que se vienen sucediendo en Grecia responden, sin duda, a la eclosión final de la paulatina acumulación de motivos diversos para la protesta, desde la denuncia de casos que ofrecen indicios de corrupción política a la inquietud generada por los efectos de la crisis global, agudizada por el descontento manifestado por los más jóvenes. Pero a ello se le une el activismo desplegado por el Partido Comunista y por las organizaciones de la izquierda radical griega, intentando catalizar y extraer réditos políticos de las muestras de rebelión que han ido tomando las calles y acaparando las imágenes más recientes de dicho país. La persistencia del extremismo, tanto de izquierdas como de derechas, en la Grecia de la Unión constituye una peculiaridad derivada, en parte sin duda, de la incapacidad del partido de Caramanlis y del PASOK para asentar una alternancia integradora, capaz de propiciar una mayor estabilidad y arraigo social al funcionamiento de las instituciones democráticas. A ambos partidos atañe la responsabilidad de reconducir la tensión reinante hacia la normalidad.