LOS LUGARES MARCADOS

Anillos para una dama

Va por delante que este artículo no pretende levantar sarpullidos ni cuestionar la fe auténtica de muchos creyentes que, pertenezcan o no a una Hermandad, sean afectos o no a una Iglesia, llevan un modo de vida cristiano y/o piadoso. El respeto a los sentimientos y creencias de los demás es una condición que me autoimpongo y una premisa que me gustaría cumplir durante toda la vida. Así que, si ofendo a alguien, pido de antemano disculpas.

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Reconozco y aplaudo el trabajo de las Hermandades de esta ciudad en obras benéficas. Nada podría objetar a proyectos tan dignos de alabanza y apoyo como las Bolsas de Caridad, por poner un ejemplo sencillo. Tampoco niego la belleza y el valor cultural, antropológico y artístico, de las procesiones de Semana Santa. ¿Qué duda cabe de que la idiosincrasia andaluza perdería varios enteros si los pasos dejaran de salir a la calle cada primavera? De los excesos de lujo y boato podemos hablar otro día.

Ahora bien, no puedo dejar de decir que no entregaría un anillo de oro (o cualquier otra alhaja) para fabricar la corona de una imagen. No se lleven a confusión: no me las doy de santa, ni niego que, si esa joya (que, por otro lado, no poseo) guardase un valor sentimental, me tentaría el deseo de conservarla como recuerdo o fetiche. Ya les digo que no soy ninguna santa. Pero, de considerarme más cristiana y menos egoísta, en lugar de fundirla para adornar la dolorosa frente o la hermosa cabeza de una imagen, creo que la vendería para solucionar la necesidad de algún prójimo con peor fortuna que yo. En el día de su coronación, la Virgen del Valle (o la de cualquier otra advocación) habría lucido igual de radiante, si no más, con corona de purpurina. La misericordia, la solidaridad, el amor al prójimo, ¿no hermosean mucho más que el oro o la plata?