EL MUÑIDOR

Viva la Virgen del Valle

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o soy amargurista y de ello presumo. En mi Hermandad de la Calle Medina, que también es la de ustedes, la de Jerez entero, he encontrado siempre la mirada serena del Señor de la Flagelación, y consuelo en el llanto de la Virgen. El calor de mis hermanos, la fraterna convivencia, los recuerdos, los rezos, las noches de belenes y los ratos de cofradías. La Amargura es la Hermandad de mis amores, de mis noches y mis días, la que moraba ya en los Descalzos cuando me echaron el agua del Bautismo, la hermandad de mis padres, de mi esposa, de mis hijos. La Hermandad que ha estado conmigo en todos mis pregones, la que subió conmigo al Villamarta, la que puso a mis espaldas la Cruz de Guía del maestro Guzmán Bejarano para que yo la estrenase. La de las peregrinaciones marianas, allá por octubre, y la caseta de la feria en mayo. La del cuidado y solemne Culto Sacramental e Inmaculista. Y hete aquí, que hace ya muchos años, en una Feria del Caballo, se me acercaron Fernando Fernández Gao y Paco Yesa, y me dijeron que yo iba a ser el próximo pregonero de la Navidad de la Hermandad del Cristo. Y allí empezó todo. Allí me acerqué a la Virgen del Valle de Jerez, yo, que llevaba ya en mi alma la flor cuidada de la devoción a ese otro Valle de Lágrimas que desde la Calle Laraña le dice a Sevilla y al mundo entero cómo lloran de verdad las madres. La Hermandad de Rodríguez Buzón, Gómez Zarzuela, los Piazza y los Barrau. La que tiene morada junto al reposo eterno de sevillanos ilustres. Yo venía de un Valle de llanto y me arrodillé ante otro Valle de Lágrimas, flamenca y cabal, Madre de la Hoyanca y del Campillo, Señora de las nobles gentes de San Telmo, cuidadora amorosa con la piel morena y los ojos negros, que cantaba la saeta antigua. Aquella Madre por la que pedía de puerta en puerta el que en ella buscaba la salvación de su madre, que estaba mala. Yo llegué al Cristo y Él me enseñó a querer a su Madre. Luego vinieron mas pregones: de las Bodas de Plata de la Cuadrilla de la Virgen, las Siete Palabras y un día, la Hermandad me aceptó entre sus filas. Y comencé a ser más del Valle, porque comenzó a ser mi otra Hermandad. Con ellos he rezado y cantado, me he alegrado, he hecho honor a los caldos de esta tierra y al ancestral y perdido sabor de manjar selecto de los chicharrones como deben de ser, saboreados al cielo raso y junto a un banco de la Calle Corredera, una noche de Cuaresma en la que el Padre Jero dispensó la Vigilia por una hora. Un día de septiembre, en el jerezano enclave de San Francisco, por las lindes de la Plaza y el Señor de la Vía Crucis, Señor de mi madrugada costalera, junto a mis hermanos Gallardo y Zarzana, me convertí en pregonero al tresbolillo de su Coronación Canónica. Por la Virgen del Valle he subido de nuevo a la escena del Villamarta, con una compañía inmejorable. A Ella le cantamos emocionadamente desde nuestros atriles, sedentes y exaltados ante un Teatro que sabía a noche grande de cofradías de arte. Hoy leen ustedes estas líneas, cuando ya sobre las sienes de la Virgen está depositada la Corona del Amor de sus hijos. El amor con el que su Hermandad hace siempre todas las cosas. El amor con el que se han afanado durante un año entero en llenar el calendario de importantes actos, de seguir perseverando en su bolsa de caridad, de ayudar en la Parroquia de San Rafael y de tantas cosas anónimas que el día a día ha ido deparando. La Virgen del Valle, la Madre del Cristo, la que ha sido coronada el día en el que la Iglesia Católica celebra el de Todos los Santos, entre humos de castañas y aromas de crisantemos, viene hoy a esta columna que un Amargurista total escribe para ustedes. Y yo, que he sido su pregonero, por esta virgen morena hasta me quito el sombrero, y pa quitarle las penas, a esa rosita morena le canto Campanilleros porque quiero y porque puedo y hasta lo dicen las calles: Noviembre florece en oles, ¿VIVA LA VIRGEN DEL VALLE!