IGUALDAD. Carlos Caballero intenta arrebatar el balón a un contrario en el encuentro de ayer. / Ó. CH.
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El Cádiz empata en Granada un partido que debió ganar

El penalti y la tarjeta roja a Fleurquin, claves en el mejor momento amarillo

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La noche de los muertos se transformó en la de los locos. La cordura se disolvió entre la lluvia, ni el agua refrescó las ideas de un duelo imprevisible. El Cádiz debió perder al principio, pudo ganar después, y al final empató.

Granadinos y gaditanos se aferraron a la ley de que en el fútbol no hay nada escrito, que está en blanco como el libro de los gustos. Apostaron por el triunfo y se repartieron puntos y méritos. Responsables de esta locura son muchos, pero un protagonista destaca con su nombre y apellido. Andrés Fleurquin descolocó al personal. Erró estrepitosamente en el primer gol rojiblanco, se rehizo con un magnífico tanto en la estrategia, y cortó las alas de la euforia con un penalti y una expulsión que mutilaron a los amarillos. Casilla y Jesús aportaron lo suyo con su nerviosismo, pero la sempiterna figura del charrúa ensombreció la remontada amarilla.

El día arrancaba con un Juanma pachucho, mareado, y es que todo el equipo bajaba del autobús con mal cuerpo y todavía adormilado. Dicen que el agua despierta la modorra, pero la lluvia constante de Granada no despertaba a este equipo que regalaba el primer golpe. Fallo en el control de Fleurquin, pase en profundidad que desnuda a la defensa amarilla y Óscar Martínez supera por alto a Kiko Casilla.

Más tarder, la suerte se vestía de amarillo y provocaba que un defensa rival rematara hacia su portería un lanzamiento de falta de Carlos Caballero. Sin disparar a puerta, el conjunto de Gracia igualaba la contienda en uno de los feudos con más solera del grupo. El descanso aparecía como el agua de noviembre. Del vestuario salía otro Cádiz. El que guiado por Enriquinho se mantiene como líder absoluto del panorama nacional. El carioca se marcaba una jugada de fantasía, ridiculizando a dos rivales. Toedtli cabeceaba hacia atrás su centro, y Raúl López, potencia en estado puro, alojaba el esférico en la red con un derechazo desde la frontal del área.

Todo termina. Eso debe ser. Pero a este Cádiz esquizofrénico se le olvidó tomarse la pastilla. La receta la olvidó en Casilla, el que casi nunca falla y el que se comía un gol inexplicable. Nervioso durante todo el duelo, se negaba a salir en un córner y encima se le resbalaba el tibio remate de Lucena.

Los papeles se tornan. Ahora juega bien pero la fortuna le responde con un mal gesto. Queda fuerza. Caballero avisa con un disparo lejano. Y Fleurquin remeda su error inicial con un perfecto testarazo a falta botada por el de Alcorcón, el rey de la pizarra. Todo termina. El mismo Fleurquin pasa la mano por encima de Ocaña, lo suficiente para que se tire y el árbitro se desquite de los silbidos de la grada con un penalti riguroso. El mismo gaditano transforma la pena máxima.

Al final, empate merecido, positivo. Ni la peor versión del Cádiz hinca la rodilla ante los grandes. Pero marca una incipiente tendencia a la baja. Frente al Antequera no vale la victoria pírrica. Es el peaje que tiene que pagar el mejor de la categoría. A cambio, el cariño de una afición que no desfallece. El equipo sale ganando, sin duda.

jaguilera@lavozdigital.es