TRABILITRANES

La maldición de Manuel Torre

Que conste que las efemérides no son cuestión de estado, pero su celebración nos ayuda a mantener y refrescar la memoria de aquellos que contribuyeron a que el Arte Jondo tenga sus letras en mayúscula. Esto es, recordar a los grandes supone perpetuar la esencia y la ciencia del mismo. La indiferencia sólo contribuye al olvido. Y del olvido al fracaso. La cuestión llega a extremos dolorosos con la figura de Manuel Soto Leyton, Manuel Torre. No hace mucho se pasó en blanco el 125 aniversario de su nacimiento. En aquella ocasión le tributé una columna con el título de Un cumpleaños sin velas. Nadie se acordó entonces de poner una mísera flor a los pies de su busto y la plana mayor del flamenco jerezano, ese mismo día, pedía con fuerza la Llave de Oro a Camarón en la Venta Vargas. Claro que allí convocaba un político al que sacar algún recitalito de Diputación.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

En julio de este año, se ha cumplido el 75 aniversario de su fallecimiento y tampoco se ha acordado nadie de dedicarle un minuto de atención. Aunque sea una acto simbólico para seguir recordando su figura y obra. Mientras otras poblaciones se deshacen en realizar actos a sus artistas: discos, libros, conferencias, recitales... Para Manuel nada de nada. Esta es la maldición que hay sobre su figura en Jerez, su ciudad natal. Una ciudad que está siempre más pendiente a ronear de cuna flamenca, de isla conservacionista de los más altos valores flamencos y se le olvida siempre encender una velita a sus grandes intérpretes. Una ciudad más pendiente a los grandes fastos, a crear universos paralelos con presupuestos alarmantes pero a la que se le pasa olímpicamente rendir tributo a sus maestros. Mientras aficionados y pescaderos tienen una peña propia, Manuel no posee ni una sola entidad a su nombre. Las que hay tampoco lo recuerdan. Sobre todo esos que todo lo saben y cuyo magisterio no pasa de la barra de un bar o de caducas instituciones más preocupadas en su propaganda que otra cosa. Luego nos duele cuando alguien avisa que Manuel Torre es tan sevillano como jerezano. Tal vez ese ha sido su mayor infortunio. Sobre Manuel Torre, genio del gemido, pesa una cruel maldición, la de su propia tierra. Más preocupada en chulear de historia que hacer algo por ella y que sus jóvenes y niños repasen la gloria de sus paisanos. Ese puede ser el principio de su fin.

Ya lo dijo Thomas Mann: «Un pueblo que olvida sus raíces está condenado al fracaso». Y no acordarse de Manuel es tan cruel como alarmante.