LÚCIDO. Marcos Ana, a sus 88 años, sigue defendiendo los mismos valores por los que ha vivido. / V. L
Cultura

El poeta que murió dos veces «Al principio tuve miedo: todos sabemos cómo es el cine de Almodóvar»

Marcos Ana, el escritor que pasó 23 años preso del Franquismo y cuya vida será llevada al cine por Pedro Almodóvar, presentó su autobiografía en Cádiz

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Un chico de 42 años de edad y 19 de vida se da de bruces con la libertad. Los edificios enormes, las vastas avenidas y el terco runrún del tráfico le provocan náuseas. No puede subir al autobús, ni pasear por el parque. Se marea al pisar la calle. Rastrea a las mujeres obstinadamente. Las persigue hasta que se pierden en los portales, o tragadas por las bocas del metro. Observa estupefacto cómo la nieve va tomando Madrid. Cada rincón, cada detalle de este invierno lento y turbio de 1960, se revela ante él como un nuevo descubrimiento. Su nombre es Marcos Ana. Acaba de salir de la cárcel. Tiene insomnio, ataques de angustia y pesadillas, pero se niega a odiar a nadie. Algunas noches escribe versos para «curarse las heridas».

Pedro Almodóvar llevará su vida al cine en 2009. El poeta que pasó 23 años preso de la dictadura cuenta en Decidme cómo es un árbol los detalles de su cautiverio, sin rencores ni tremendismos. Pero relata, también, las particularidades de sus dos renacimientos, el «valioso olor del aire libre», el extraño galimatías de las aceras, ese desgarrador y tardío regreso a la vida. Ayer, en Diputación, el escritor volvió a brindar una lección de humanidad y de defensa acérrima del diálogo, de la lógica, por encima de «la crispación interesada y del insulto».

Pena de muerte

La conferencia de Marcos Ana, al igual que su biografía (que supera ya los 50.000 ejemplares vendidos) se dividió en dos partes. Durante la primera, el poeta se centró en sus experiencias carcelarias, pero de un modo natural, evitando los tintes sombríos y el afán de dramatismo. Bastan algunas anécdotas sueltas y algunos apuntes elementales para que el público puede hacerse una idea de lo que supuso para un chico de 19 años cargar con dos penas de muerte.

«En la celda uno aprende a clasificar los sonidos, a adelantarse incluso a las palabras que saldrán de la boca del carcelero. Cuando el guardia entraba en la galería para llamar a los condenados que formarían la saca, antes de que sus labios pronunciaran una sola sílaba, nosotros ya sabíamos si sería o no nuestro nombre el elegido».

Después de siete años esperando la muerte, de torturas y recelo, se le conmutó la pena capital por la cadena perpetua. Fue entonces cuando comenzó a escribir poemas utilizando para apoyarse el revés de un plato. «Mi vida os la puedo contar / en dos palabras/ un patio / un trocito de nube perdida / y algún pájaro huyendo de sus alas».

La editorial, en el presidio, se llamó memoria. Sus compañeros estudiaban sus versos en cadena, y se los transmitían unos a otros en los paseo del patio. Cuando algún reo conseguía la libertad, se apresuraba a pasarlo a imprenta. Poco a poco, el aparato clandestino del PCE consiguió que sus palabras eludieran el bloqueo institucional y cruzaran fronteras. Se convirtió en un referente de los que luchaban, desde diferentes siglas, por la misma democracia. Rosa María León lo describió como «un hombre capaz de resumir en sí mismo los símbolos dispersos». Para evitar que su nombre se utilizara como sinónimo de «revancha», y no de «perdón», tituló uno de sus poemarios Al soldado que luchó contra mí.

El dolor de la libertad

De la inercia tediosa de la prisión, a tocar de nuevo la piel de las ciudades y a sumergirse, por primera vez, en los suburbios del deseo. La amnistía supuso para Marcos Ana el reto de volver a vivir. «Yo no sabía nada de casi todo, incluyendo el amor».

«Uno de mis amigos se dio cuenta de que me quedaba atontado mirando a las mujeres por la calle. Me llevó a un cabaret, me presentó a una chica, le dio 500 pesetas y le dijo que se fuera conmigo. Yo no tenía ni idea de cómo comportarme, así tuve que confesarle que, con 42 años, no tenía ninguna experiencia». La elegida se apiadó de él, se lo llevó a cenar, a tomar unas copas, y al día siguiente hasta lo invitó a desayunar. «Como no quiso cobrarme -relata Marcos Ana-, le compré las 500 pesetas en flores. Jamás olvidaré su nombre: Isabel».

Dice Paul Preston que para que una vida merezca la pena contarse, tiene que guardar un secreto esencial. El de Marcos Ana es muy sencillo: ¿Cómo un hombre que ha sufrido la represión y la tortura durante 23 años es capaz de defender, sin matices, «la reconciliación total, sin ajuste de cuentas y sin sangre»?

«La venganza no es un fin político, y no tiene nada de revolucionaria», sentencia. Aunque se niega a que se confunda «amnistía con amnesia». «El mejor legado que le podemos dejar a las generaciones futuras, la mejor vacuna contra la intolerancia, es que se conozca la historia tal y como pasó, sin arrancarle ni una sola página, aunque haya que escribirlas con sangre».

dperez@lavozdigital.es Cuando Marcos Ana vino a Cádiz a presentar su libro por primera vez, hace apenas un año, el título comenzaba a levantar vuelo. Almodóvar no había anunciado, todavía, su intención de rodar en 2009 la biografía del poeta y el autor vivía «tranquilo, respondiendo a todos los correos y contestando puntillosamente al teléfono, porque soy un hombre muy gentil». Ahora, «me doy cuenta de que el éxito también deprime», bromea. Acaba de presentar Decidme cómo es un árbol en el Parlamento Europeo y de terminar una gira por países latinoamericanos. «Con la película, esto se nos ha ido de las manos», reconoce. «Al principio tuve miedo: todos sabemos cómo es el cine de Almodóvar, pero él me asegura que mi historia será diferente, y que su único temor es saber si podrá trasladar a la pantalla lo que yo represento». Por lo pronto, intérpretes como Javier Cámara o Aitana Sánchez Gijón lo han llamado para que «convenza a Pedro de que los incluya en el reparto». Pero Marcos Ana sólo espera que el filme sepa para que se reconozca «a esos héroes oscuros, que padecieron lo mismo que yo, por el mismo motivo, con la misma dignidad, y a los que nadie recuerda».