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La crisis de Europa

La crisis financiera que preocupa a los líderes políticos mundiales constituye, en potencia, una oportunidad única para que la Unión Europea demuestre cuáles son sus capacidades y cómo puede contribuir a resolver los problemas de sus ciudadanos (algo que éstos no siempre perciben como evidente).

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El proceso de integración ha sido conducido de tal manera durante las últimas dos décadas que las condiciones en las que la Unión ha de afrontar esta crisis no son las mejores. En concreto, el contexto jurídico-institucional comunitario determina estructuralmente que la adopción de una respuesta común ante la crisis financiera, la única verdaderamente eficaz a largo plazo, resulte mucho más difícil que las respuestas fragmentadas, más cortas de miras pero de gran aceptación popular.

Esto explica por qué, aun siendo conscientes de que con ello sólo trasladan el problema al resto de socios de la UE, los dirigentes nacionales sucumben una y otra vez a la tentación de actuar unilateralmente.

El pasado fin de semana los principales líderes europeos, convocados por Nicolas Sarkozy en el Elíseo, perdieron una nueva oportunidad para demostrar qué puede ser Europa. En principio, las condiciones eran idóneas para liderar una posición sólida ante la crisis y responder al Gobierno irlandés: su decisión de garantizar los depósitos de sus bancos es manifiestamente contraria a los Tratados y a la jurisprudencia del Tribunal de Justicia acerca de las condiciones de competencia que afectan a la libertad de establecimiento.

La expresión de una voluntad política decidida a favor de una respuesta común y el anuncio de un eventual recurso ante el Tribunal acerca de la decisión irlandesa hubieran contribuido notablemente a establecer el marco en el que habría de forjarse un acuerdo a escala europea.

Pero la falta de visión de Sarkozy y sus colegas se hizo patente una vez más al convalidar la actuación irlandesa mediante el reconocimiento de que cada Estado miembro puede reaccionar ante la crisis como mejor le parezca. Así pues, nada cambia de momento: el problema de la Unión no es que carezca de los medios precisos para afrontar adecuadamente esta crisis, sino que quienes lideran la integración siguen sin estar dispuestos a utilizarlos.