CALLE PORVERA

Vidas ejemplares

No recuerdo bien quien me dijo una vez que había muchas formas de ser periodista y que cada uno elige la suya. De vez en cuando me acuerdo de la frase y la aplico a otras muchísimas situaciones. Este fin de semana me ha vuelto a venir a la memoria debido a la muerte de Paul Newman, porque es un claro ejemplo de que hay muchas maneras diferentes de ser actor. Tras el cursillo intensivo pro Newman que me endilgó mi compañera Pepa en sesiones alternas de sábado y domingo -como si fuera un posgrado universitario- no tengo más remedio que dedicarle esta columnita a ese hombre de ojos azules que no quiso que lo admiraran solamente por su físico (aunque bien merecido lo tiene: donde esté Newman que se quite Beckham).

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Fue un gran galán al más puro estilo hollywoodiense que, sin embargo, no perdió la cabeza ni la decencia por la fama.

Llevaba casi 50 años casado con su mujer, también actriz, y cuando uno de sus hijos murió por su adicción a las drogas no tuvo vergüenza alguna en que lo supiera todo el mundo, es más, creó una fundación para ayudar a otros jóvenes afectados a rehacer su vida.

No le hizo falta seguir los preceptos de la cienciología ni protagonizar escándalos o necesitar extravagancias para justificar su existencia y su indudable éxito porque él sabía que así no se gana el respeto ni de la profesión ni del público. Los periódicos y televisiones le han dedicado portadas y muchos minutos a la noticia de su fallecimiento para reconocer que su particular forma de ser actor -y también persona- es ejemplar.