LA RAYUELA

Ellos no tienen la culpa

El 4º aniversario de la Voz de Cádiz, donde comencé la singladura hablando de los inmigrantes, y la vigilia del viernes en las playas de Tarifa organizada por Cáritas para rezar por los sueños enterrados en el Estrecho, me llevan de nuevo hasta ellos en estos tiempos en que pintan bastos. Que los inmigrantes no tienen la culpa del aumento de la tasa de desempleo es una verdad de Perogrullo, aunque de difícil entendimiento incluso para personas como el ministro Corbacho o el señor Rajoy. Asociar inmigración y paro es un argumento manido del que usan y abusan los movimientos ultra nacionalistas o postfascistas europeos. Es una idea falsa pero sencilla y eficaz, que cala fácilmente entre los eslabones más bajos de la pirámide social, donde la descualificación profesional corre paralela a los bajos niveles educativos, y los inmigrantes aparecen como posibles competidores, lo que les convierte en chivo expiatorio idóneo para ahuyentar el fantasma del desempleo. Pero estudios de todo tipo y condición evidencian que los inmigrantes, cualificados o no, son siempre segregados por los autóctonos. La cuestión es que éstos rechazan miles de trabajos por su baja retribución, horarios, condiciones de trabajo o baja consideración social.

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Poner en relación los cupos migratorios con el repunte del paro, es un doble error. El volumen del cupo es insignificante comparado con el incremento de las cifras del desempleo. Su tamaño está en función de la demanda no cubierta por los autóctonos, y los empresarios tienen muy claro que determinadas explotaciones sólo pueden funcionar gracias a los inmigrantes. Lo mismo que las familias saben que muchos servicios personales o domésticos sólo ellos están dispuestos a prestarlos. Relacionar como hizo Rajoy, los temporeros andaluces que van a la vendimia francesa y los inmigrantes regulares que cobran el desempleo, es una falacia demagógica que envenena la convivencia.

Si se elimina otra vez la posibilidad de llegar legalmente a España, mediante la contratación en origen, ¿en qué queda la política migratoria? Si el codesarrollo es una apuesta sembrada de dificultades (casi insalvables en medio de la marejada del capitalismo financiero especulativo) y sólo eficaz a largo plazo y la contratación se «reduce casi a cero», como aseguró inicialmente Corbacho, que nadie lamente las pateras. Unas pateras, por cierto que vuelven a repuntar en Andalucía, con unos inmigrantes que en su desesperación han llegado a utilizar balsas de juguete para enfrentarse al Estrecho. La invitación del ministro a irse cobrando anticipadamente el paro no ha tenido ningún éxito, entre otras razones porque los que podían recibir una cantidad significativa están asentados en España, muchos con sus familias, y no van a renunciar fácilmente a su derecho de residencia y a las expectativas y derechos del Estado del Bienestar al que tan duramente han accedido. La inmigración reciente es un proyecto a medio y largo plazo y las necesidades de inmigrantes en las sociedades europeas, estructurales, no coyunturales. El nuevo invento europeo, la Tarjeta Azul, para seleccionar inmigrantes cualificados, es una perversión más para quebrarle las piernas a los países pobres, a la que el Gobierno se pliega como hizo con la Directiva de la Vergüenza. Uno de los misterios del cambio de Gobierno de Zapatero fue la sorprendente caída de Caldera, enviado a la búsqueda del Santo Grial de la ideología socialdemócrata. Su sucesor le ha elevado a los altares.