VALENTÍA. La directora, amenazada en su país. / LA VOZ
Cultura

Cine a prueba de bombas

Samira Makhamalbaf rodó 'El caballo de dos piernas' a pesar de sufrir un atentado durante el rodaje y de la presión de la censura iraní

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La familia Makhmalbaf no tiene parangón en el cine contemporáneo. El padre, Mohsen, de orígenes modestos, se hizo a sí mismo en la lucha partisana contra el shah, en cuyas cárceles pasó varios años. Ha escrito veinte libros y dirigido otros tantos largometrajes que le han convertido -con permiso de Abbas Kiarostami- en el cineasta iraní más laureado. Su mujer, Marziyeh Meshkini, es montadora. Y sus dos hijas, Hana y Samira, dirigen desde que eran niñas. Hana, de 20 años, obtuvo el Premio Especial del Jurado en San Sebastián con Buda explotó por vergüenza; Samira, de 28, arrebató en Cannes con La pizarra. Ah, también está el chico, Maysam, actor y productor.

Los Makhmalbaf se las tienen que ver con los censores y el fundamentalismo religioso. Han padecido amenazas, intentos de secuestro y atentados, como el sufrido por Samira en el rodaje de El caballo de dos piernas, que compite por la Concha de Oro en San Sebastián. Y eso que la filmaba en Afganistán, al no concederle el Gobierno iraní permiso. «Rodábamos a mediodía una escena con una niña mendiga y unos doscientos extras. De pronto, una granada impactó contra la cámara. Cinco extras y mi ayudante de dirección resultaron heridos. Desgraciadamente, uno de los heridos falleció dos meses después. Si no fuera por el caballo que murió, es posible que ahora no estuviera aquí haciendo esta entrevista».

Los Cascos Azules les recomendaron abandonar el país, pero Samira prosiguió la filmación en otra ciudad de Afganistán. «No quisimos rendirnos ante los terroristas. Rodamos más deprisa y con más fe. Aquella granada la lanzaron personas que no quieren que mi familia haga cine. Intentaron echar la culpa a la inestabilidad que vive Afganistán». El filme explora la relación entre un niño que perdió las piernas al pisar una mina y un joven campesino al que pagan un dólar diario por servirle de montura. Le lleva al colegio, echa carreras con los burros, le baña... Los actores, como es habitual en los Makhmalbaf, no son profesionales: uno es mendigo y el otro lavaba un coche cuando la directora se fijó en él. Como salen niños y transcurre en Irán, habrá quien la considere sublime, pero también quien la acuse de recrearse en el miserabilismo hasta resultar obscena.

Siempre de negro, con la cabeza cubierta y unos ojazos de dibujo animado, a Samira Makhmalbaf no parecen inquietarle las críticas. A los cuatro años supo que quería ser directora; a los ocho ya era actriz y asistente de su padre; dejó la escuela porque no soportaba el adoctrinamiento ideológico y con diecisiete años fue la realizadora más joven en la historia de Cannes. Con A las cinco de la tarde, Samira fue la primera cineasta que rodó en Afganistán tras la caída del régimen talibán. Sus filmes se ven en Irán gracias a los vídeos piratas. Lo suyo son los grandes temas, la trascendencia.