MAR DE LEVA

Un verano más

Descartado ya el Trofeo como reloj indicativo del final de nuestros veranos, uno vive los últimos quince días de agosto con la sensación de que disfruta de una prórroga que va a perder al final, como tantas veces nuestro equipo, en tiempo de descuento. Así, para comprobar que lo bueno se acaba, uno acaba por guiarse por los huecos que van dejando, al regresar a sus respectivas localidades, nuestros vecinos de playa: el miércoles vimos que ya no estaba aquella parejita del tatú de Ramsés II en la rabadilla; el viernes ya no acudió la familia numerosa de niños rubios y tablas de surf de madera; hoy mismo yo estoy de vuelta al curro y los vecinos que me sobrevivan se estarán preguntando a qué recóndito lugar del universo he vuelto tras el veraneo.

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Septiembre, que es en nuestra sociedad el primer mes del año para tantas cosas, se abre con el inevitable mea culpa por parte de todos: los lamentos por los kilos que hemos ganado o por los que no hemos llegado a perder, como nos propusimos; los temores a los clavazos que nos esperan cuando nos empiecen a llegar las facturas tarjetiles, la inevitable vuelta al cole de los niños. Y la crisis que nos tememos que sea peor que como ya imaginamos. También nos lleva septiembre a hacer análisis del verano. Algo parece que se ha movido, curiosamente, en nuestro verano gaditano. Un tímido intento de renovación que abre camino a cómo pueden ser veranos futuros.

Seguimos teniendo el problema de que todo cierra demasiado pronto y que la ciudad parece abandonada y vacía demasiado temprano. Un enclave turístico tiene que ser ordenado y no molestar a los habitantes de todo el año, pero a veces parece que se decreta la ley marcial o el toque de queda en nuestras calles y establecimientos. Y no es eso.

La playa, en efecto, ha estado mucho más limpia. No sólo tras las barbacoas, sino cada día. Me comentaba Santi Posada el otro día, con la humildad que le caracteriza, que «el poniente ayuda». Pero no se puede negar el mérito de estar cada mañana al pie del cañón atendiendo ese tesoro. Las susodichas barbacoas, por otro lado, este año no han dejado el inevitable reguero de carbones y maderitas (sigue habiendo, eso sí, demasiadas colillas); convertir las barbacoas en un picnic (término que siempre es menos arriesgado que botellón, aunque botellón fuera) tiene la ventaja de que, sí, luego sólo hay que recoger plásticos. Muy bien por los conciertos, tanto los tres gratuitos de la playa como los retratados del castillo, a pesar de los problemas de evacuación que quizá obliguen a pensar en otro lugar para otros años. El estadio Carranza, que tanto dinero está costando, sería un buen enclave; hay que amortizarlo y es de todos, no sólo del equipo de fútbol.

Igual que sería buena idea, lo digo siempre, y ante la imposibilidad asumida de eliminar las barbacoas de un plumazo, celebrar un concierto como el de Amaral (donde, si las cifras no me engañan, acudió más gente que a la barbacoa) la noche de la final del Trofeo, y dejar la barbacoa, el picnic, el botellón playero para el sábado final del mes, inventando un «entierro de la sardina en la Victoria» que luego no nos dejara la playa con pinzas las dos semanas que restan de verano.

Buena idea, sí, lo de los martes carnavaleros. Y las noches del Pópulo. Y el mercado andalusí, que habría que potenciar durante todo el verano. Siempre interesantes las alocadas representaciones de los chavales de Animarte. Y las clases de salsa playera y la celebración del Día de la Juventud en una de nuestras plazas más emblemáticas. No sé cómo habrá ido en todos los barrios las sesiones de cine de verano: recordemos que a ese tipo de diversión quien la mata es el video, y las pelis que se proyectan las hemos visto mil veces o son tan viejas que nos la ha visto nadie. Ojalá algún día ese cine de plazas se complemente, en julio y agosto, con representaciones teatrales: anda que no hay grupos de aficionados que podrían animar las noches de sofoco por dos perras gordas, y sin pisarle terreno al FIT.

Nos queda mejorar los fuegos artificiales, eso sí. Sin irnos a Pekín (o a Beijing, como se llama ahora), quedan mucho más espectaculares los que, por ejemplo en El Puerto, se disparan la noche de la Virgen del Carmen.

Un verano ligeramente distinto que ojalá sea el primer paso para otros veranos distintos por venir. Sólo hay que echarle imaginación a la cosa.