Editorial

La sombra del 'Katrina'

La inminente llegada del huracán Gustav a la costa sur de Estados Unidos, tres años después del desastre del Katrina, ha trastornado la rutina de la campaña presidencial obligando al presidente George Bush y su número dos Dick Cheney a anunciar su ausencia en la convención republicana que debe iniciarse hoy en Minnesota. Pero las reacciones de anticipación que también han llevado al candidato John McCain y su recién elegida compañera de ticket Sarah Palin, a viajar a las zonas de riesgo para supervisar los trabajos de prevención, tienen su origen en el recuerdo de la gestión del Katrina como uno de los mayores fracasos de la administración republicana. Tres años exactos después de uno de los más destructivos huracanes de la reciente historia de Norteamérica que causó la muerte de 1.836 personas y unos demoledores efectos sobre la ciudad de Nueva Orleans cifrados en 75.000 millones de dólares, nadie está dispuesto a cargar con el peso de la historia.

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Ante la catastrófica predicción del alcalde de la capital de Louisiana que advierte de la llegada de «la madre de todas las tormentas», no hay resistencia a la evacuación y la Guardia Nacional ha entrado en fase de alerta antes de que las fuerzas de la naturaleza golpeen con vientos de 250 kilómetros por hora. Aunque los demócratas, analizando la situación desde una perspectiva puramente electoral, entienden que el Gustav activará en la memoria de los americanos el recuerdo de la calamitosa actuación de la administración republicana en ocasión del Katrina y beneficiará indirectamente a Obama; también la ausencia del presidente Bush del escenario de la convención junto a McCain les priva de la posibilidad de explotar una imagen que podría neutralizar el sorprendente tino del equipo republicano de nombrar a la joven gobernadora de Alaska como candidata a la vicepresidencia.

Con todo, la gravedad de la situación debería imponerse a las tácticas políticas y a las estrategias electorales obligando a los dos equipos a pactar una tregua y renunciar a utilizar la fuerza del huracán Gustav como una arma de campaña y dejar que el equipo de Bush aproveche la oportunidad para enmendar los graves errores cometidos hace tres años en la gestión del desastre del Katrina.